Luis F. Linares López
A los partidos mayoritarios en el Congreso –Líder y PP –, el clamor popular contra la corrupción les tiene sin cuidado. El candidato de Líder, al referirse a las menciones en la campaña electoral – que no han pasado de ser generales e imprecisas –, afirma que se trata de una cantaleta, ofreciendo a cambio las bolsas, bonos y demás programas asistencialistas. Quiere ignorar que la corrupción es, en este momento, el principal problema del país. Es tal su magnitud, extendiéndose de tal forma sobre la totalidad del aparato estatal, que provoca una verdadera sangría de recursos y la pérdida de eficacia y eficiencia de las instituciones públicas, pues todo lo que hace se hace mal, porque están de por medio cuantiosas mordidas. Con esa corrupción no hay dinero que alcance, y el poder fiscal del Estado se deslegitima.
Es evidente que los antejuicios iniciados contra funcionarios señalados de corrupción, comenzando con el mismo presidente Pérez Molina, un candidato presidencial, uno vicepresidencial y varios diputados, no serán resueltos antes del día de las elecciones. En cuanto a Pérez Molina, por la complicidad entre Líder y el PP, terminará su tan alegado mandato constitucional y se irá a refugiar al Parlacén. Ya lo hizo el expresidente panameño, que hace unos años trató de retirar a su país de dicho foro, y ahora se aferra a la diputación. Dicen que la única vez que llegó, terminó encerrándose en un sanitario para evadir a los reporteros.
Por su parte, los candidatos con antejuicio seguramente aparecerán en las papeletas, al igual que muchos otros corruptos, contra quienes no se han enderezado acciones legales. El Tribunal Supremo Electoral no parece dispuesto llegar hasta las últimas consecuencias en la aplicación del artículo 21 de la Ley Electoral y de Partidos Políticos, que contempla la posibilidad de cancelar la personería jurídica de un partido que incumpla las normas que regulan el financiamiento político, incluyendo el límite máximo de gastos de campaña. Decir que un partido que lo superó ya no podrá gastar un centavo más, no tendrá mayor efecto en estos días previos. Continuarán gastando a manos llenas y recurrirán a todo tipo de maniobras para diferir el tema hasta que haya concluido el proceso y resolverlo con multas o con una sanción temporal.
Así que la única arma que tenemos los ciudadanos, es aplicar directamente el artículo 113 de la Constitución, negando el voto a quienes no consideremos idóneos para ejercer un cargo de elección popular. En las circunstancias actuales la mayor exigencia en materia de idoneidad es la honradez. Sobre cualquiera que sea objeto de señalamientos, especialmente si vienen de parte del Ministerio Público y de la CICIG, con fundamentos sólidos como son todos los presentados, debemos rechazarlo de forma tajante. Igualmente en el caso de un expresidente que se declaró culpable de aceptar el soborno de un Gobierno extranjero. No les podemos dar el beneficio de la duda. Dentro de la fe católica se nos manda perdonar. Pero, para aquellos pecadores reiterados existe el purgatorio, de manera que no son objeto de un perdón automático. El purgatorio de esos políticos debe ser nuestro rechazo en las urnas.
Hace unas semanas, el destacado economista y humanista Bernardo Kliksberg y otro panelista que participó en el foro de Centrarse, decían que en los países nórdicos, los menos corruptos del mundo, un elemento clave es la sanción moral de la sociedad. El corrupto se convierte en un paria, rechazado invariablemente en cualquier ambiente, incluso en un comercio o en un restaurante. Los hijos y otros miembros de la familia también sufren el rechazo, porque al final son beneficiarios de la corrupción.
Por supuesto que es igualmente importante la sanción penal y, con las normas sobre enriquecimiento ilícito y lavado de dinero, despojarlos de lo mal habido. Porque, en caso contrario, se cumple aquello de que la vergüenza pasa, pero la plata se queda en casa. Es por eso que necesitamos CICIG para rato, pues es indispensable para que funcione el sistema de justicia.
No debemos tolerar, mucho menos premiar y ser cómplices de la corrupción, votando por quienes se enriquecen a costa del dinero del pueblo. Tengamos presente las palabras del papa Francisco pronunciadas en Napolés, en marzo del 2015, dirigidas a la mafia: La corrupción es sucia, y la sociedad corrupta apesta. Un ciudadano que deja que lo invada la corrupción, no es cristiano, ¡apesta!
No debemos tolerar, mucho menos premiar y ser cómplices de la corrupción, votando por quienes se enriquecen a costa del dinero del pueblo.