Un indicador de cuán desperdigada e irreal es lo que debería ser la agenda de temas prioritarios, es cuando sectores, supuestamente influyentes, van por la libre y plantean respuestas dispersas. La agenda de nudos problemáticos es una, pero el abanico de visiones es abierto, difuso e incluso contrapuesto y sometido a dilemas. En las semanas previas, despertó mediano interés la disputa por la junta directiva del Congreso de la República; a pesar que de ese proceso dependen las posibilidades de avances o retrocesos como sociedad. No se trataba de un asunto interno o de ámbito reducido; todo lo contrario. Sin embargo, a pesar de esa connotación, la mirada fue reducida. Contrariamente, la atención tipo morbo es mayor en el caso de la Presidencia de la República. No interesa la ausencia de respuestas del Organismo Ejecutivo, pero sí lo que gira alrededor del precario modo de proceder del mandatario. En el caso del Organismo Judicial, nos debería preocupar la correlación que ahora se hace más visible, y que apunta a poner en aprietos los avances de los últimos meses y las pretensiones ciudadanas en favor de una justicia independiente y oportuna.
Quizás como expresión de evasión, por insistencia sectorial, ausencia de visión estratégica o simplemente, querer hacer ver que la agenda política va en un sentido y no lo es todo, aparecen en el ambiente posicionamientos y propuestas que van a rutas distintas. Me refiero, por ejemplo, al impulso de las ciudades intermedias en el marco del Enade; o el plan de la alianza para la prosperidad. Dos iniciativas posiblemente interesantes, pero que no son soluciones a dilemas profundos, son paliativos que beneficiarán a los sectores históricamente privilegiados. Lo más cuestionable, sus implementaciones necesitan de un estado fuerte y eficiente, instituciones igualmente funcionales, transparentes y profesionales. El pequeño detalle es que para que eso sea posible, se debe asumir, enfrentar y modificar la actual crisis política. De lo contrario, todas las propuestas habidas y por haber son palabras al aire.
Mucho se habla de la necesidad, por no decir urgencia, de la convergencia de prioridades. Eso se dice fácil, pero está visto que su construcción está lejos de ser realidad. Antes deberán pasar procesos de autoevaluación, despojo de visiones egoístas, propuestas irreales, ausencia de planteamientos inclusivos que no sean solo ardides para engañar a los otros, entre una diversidad de posibilidades que han sido repetidas a lo largo de las últimas décadas. Eso de súbanse a mi carro, porque es el mejor, es solo muestra de lo mucho que tenemos que avanzar. El problema de fondo está en que no tenemos todo el tiempo del mundo para reflexionar, procesar y ver si nos sentamos en una sola mesa a pesar de las aparentes diferencias. O caminamos a marchas forzadas, o seguimos desviando la atención hacia la agenda de las entretenciones.
Las conductas sociales van en sentido contrario a lo que indica la teoría, según la cual, deberían ser reacciones a estímulos o situaciones de entorno. O los problemas actuales no son lo suficientemente evidentes o fuertes para generar reacciones contundentes, o bien, las visiones individuales y sectoriales son tan insistentes, necias, que a pesar de lo retrógradas que puedan ser, quieren ser vistas como estímulos forzados a realidades que apuntan por otro lado. Predominan las conductas invisibles, donde lo subjetivo es lo relevante ejerciendo una capacidad de influencia decisiva; mientras que las conductas externas, los casos, lo objetivo, es inverosímil. Lamentable realidad, que debiera cambiarse aunque sea por sobrevivencia.