Enfoque por : Gonzalo Marroquín Godoy
De antemano se sabía que Jimmy Morales no dispondría de un período de gracia por parte de la opinión pública, entendiendo esta como el sector de la población más interesado en los problemas políticos y la que más gusta de expresarse, sobre todo ahora, con la dinámica, fuerza e impacto que encuentra en las redes sociales, las cuales contribuyeron, en alguna medida, al triunfo del mandatario en las urnas.
También era previsible que la prensa independiente –diferente a la servil y plegada– estaría atenta para comprobar la capacidad del presidente, ver y analizar su entorno y su equipo de trabajo y, en términos generales, fiscalizar lo que se prometía como diferente, pero no por ganas de molestar, como muchos creen, sino porque es parte de su tarea informativa.
Y como dicen varios sabios refranes con diversos textos, pero con el mismo sentido: ¡Lo que tenía que pasar, pasó!
Al mandatario le han salido mal las cosas: nombramientos dudosos en el Gabinete y en varias instituciones y posiciones claves, brote de lunares en el inicio de su administración que complica el momento del novel presidente –como el pago nunca aclarado de su permanencia por dos meses en un exclusivo hotel–, el enredo de la famosa y cacareada donación –que luego resultó ser un regalo– de medicinas e insumos médicos, parte de los cuales estaban vencidos y ni siquiera fueron bien clasificados.
¿Y qué decir de la falta de transparencia? El presidente se niega a abrir totalmente la manera en que escogerá a sus magistrados a la Corte de Constitucionalidad, escondiéndose tras la frase: (Haré) solo lo que la Ley me obligue, como si el clamor popular, ese mismo que lo llevó por necesidad a la Presidencia, no debiera ser atendido. Y otro caso de opacidad: la forma en que el vicepresidente Jafeth Cabrera ha manejado su traslado y alquiler de dos residencias en la exclusiva colonia La Cañada. Es mucha plata en renta, por lo que es justo que el pueblo que los eligió para cambiar las cosas en el país sepa si se trata de algo claro y cristalino, o nos encontramos ante otro caso como el de los últimos alquileres de las residencias presidenciales por amigos de los mandatarios para esperar favores.
La prensa tiene la obligación de informar. Si hay chorreadas de parte de los gobernantes, pues la opinión pública y la población en general tienen todo el derecho de saberlo. ¿Qué eso molesta? Por supuesto, pero es parte de la democracia.
En cierta ocasión, conversando con el entonces presidente electo Óscar Berger, hablamos del monopolio de la televisión abierta. Él se mostraba dispuesto a buscar el mecanismo para que al menos dos de los cuatro canales que controla Ángel González pasaran a otras manos, para terminar con ese poder tan nefasto y manipulador en la política nacional. Le dije en aquel entonces algo parecido a esto: Si querés hacerlo, debés hacerlo muy rápido, porque en dos meses estarás encantado con la prensa servil y molesto con la prensa que informa sin intereses. Dicho y hecho: como la televisión abierta no critica y se pliega pronto, siguió lo mismo.
A Ramiro de León Carpio, en cambio, lo criticaban algunos porque decían que gobernaba a periodicazos, pero la verdad es que tomaba muy en serio las denuncias de la prensa y, aunque era un gobierno débil y de transición, trataba de corregir los errores o situaciones que los medios publicaban.
El problema no es que la prensa publique que una ministra tiene problemas con la SAT, que nadie sepa quién le paga su estadía en el hotel al presidente ni quién pagará la renta de las casas del vicepresidente. El problema tampoco está en que se publique que las medicinas e insumos están vencidos y que es un desastre la mecánica de distribución. El problema es que esas cosas están ocurriendo.
Si la prensa hubiera informado mejor sobre lo que sucedía durante el conflicto armado interno, seguramente habrían ocurrido menos violaciones a los derechos humanos. Si la prensa independiente no hubiera denunciado toda la corrupción del gobierno anterior, no me cabe duda de que toda esa porquería seguiría bajo el manto de la impunidad, y Baldizón o Sandra Torres estarían en la Presidencia.
Ahora resulta que los periodistas son mal vistos por el presidente y el vicepresidente, quien hasta calificó de patológico (enfermo) a José Rubén Zamora, porque ha formulado denuncias en su contra.
Es una lástima que lo que otros gobernantes tardan meses en hacer –pelearse con la prensa–, Jimmy Morales y Jafeth Cabrera lo estén haciendo de entrada. Lo bueno es que, en la otra mano, pueden tener un cambio de actitud, aceptar la crítica y aprovechar las denuncias para corregir el rumbo. Si un medio miente sistemáticamente, perderá la credibilidad, pero si un gobierno es el que miente, y se comprueba, como ocurrió con el anterior, también la perderá y el golpe puede ser muy fuerte, como también se ha comprobado.
Sin don Jimmy, en vez de pelear, mira en la prensa independiente al aliado que le avisa de errores, que le muestra los problemas y en donde se están haciendo las cosas indebidamente…, si eso sirve para mejorar y cambiar lo que está mal, el beneficio sería para el país.
Lo que la prensa destapa y denuncia, el Gobierno lo puede corregir, cuando hay voluntad de hacer bien las cosas. Eso es aprovechar la información, en vez de pelear.