Chardonnay, un pequeño pueblo del noreste de Francia, da su nombre a la famosa variedad de uva de la que se hace vino blanco. Pero paradójicamente la localidad es poco conocida y sus viticultores se esfuerzan por remediarlo.
«Chardonnay pasa un poco desapercibido porque el consumidor puede confundir el nombre de una cepa con el nombre del lugar, del pueblo», resume Emmanuel Nonain, que se ocupa de las tres hectáreas de viñedos familiares, de los cuales un tercio se encuentra en este municipio de la región de Mâcon.
Hasta donde alcanza la vista, las laderas suceden a las mesetas, plantadas de chardonnay, al igual que la inmensa mayoría de los vinos blancos de Borgoña.
Es allí, en algún lugar del noreste de Francia, quizás en Borgoña, donde nació esta uva al final de la Edad Media, como resultado de una polinización cruzada entre el pinot y las ‘gouais blanc’, una variedad actualmente casi olvidada.
En cuanto a la palabra «Chardonnay», «viene necesariamente de aquí, porque el pueblo tiene más de mil años», más antiguo que la cepa, asegura Nonain.
Este viticultor de 40 años es también guía turístico e historiador y en 2004 publicó una monografía sobre este pueblo de 200 habitantes.
En estas tierras, doscientas hectáreas de viñedos producen 16 mil hectolitros de vino al año, principalmente destinados a la exportación, bajo la denominación «Mâcon-Chardonnay».
Pero este territorio no representa más que una gota de agua entre las 200 mil hectáreas de uva chardonnay que hoy se plantan en todo el mundo.
Para dar a conocer el nombre, Nonain apuesta por el turismo. Chardonnay organiza, desde 2015, una declinación borgoñesa del «Chardonnay Day», una fiesta en el mes de mayo en honor a la variedad nacida hace diez años en Estados Unidos.
El vino del relojero suizo
Tradicionalmente, casi toda la producción pasaba por la bodega cooperativa. El pueblo cuenta ya con una quincena de viticultores independientes, que se benefician en particular de la mejor apreciación que tienen ahora los vinos de Mâcon.
Algunos son antiguos miembros de la cooperativa, otros apenas empiezan en la viticultura. Como el relojero suizo Claude Vuillemez, que produjo su primera cosecha en 2016.
Hace treinta años, cuando compró una casa de veraneo en Chardonnay, se extrañó que el nombre del pueblo no se resaltara más.
«¡Cuando se sabe lo que representa el chardonnay, sobre todo en los países anglosajones! Hacer chardonnay de Chardonnay en Borgoña: son tres palabras mágicas», exclama el suizo de 62 años, que compró su primera viña en 2007.
«En primer lugar soy relojero, viticultor es casi por accidente», bromea el dueño de una finca que cuenta ya con diez hectáreas, gestionadas en asociación con un viticultor local, Florent Barday, y un enólogo suizo, Christian Vessaz.
«La denominación Mâcon-Chardonnay tiene un verdadero estilo, muy ligero, muy tierno, con un vino más bien tempranero, muy rápido muy aromático», describe Edouard Cassanet, director de la bodega de Lugny, que lleva el nombre del pueblo vecino con el que la cooperativa de Chardonnay se fusionó en 1994.
Desde entonces, la cooperativa «intentó jugar con este atractivo» del nombre del pueblo, pero se ha desanimado ante el poco éxito, por ejemplo, de la marca «Chardonnay de Chardonnay» lanzada en los Estados Unidos.
«Extrañamente no funciona, ni en Francia ni en el extranjero», afirma. «Si estuviéramos en Estados Unidos, quizás el pueblo de Chardonnay se habría convertido en el ‘Disneylandia’ del chardonnay. Pero nosotros no sabemos hacer eso», asegura Cassanet.
«Un día, los consumidores harán un clic» y Chardonnay se convertirá en un lugar de visita, de intercambios, de conferencias sobre la variedad chardonnay», confía.