El próximo jueves 14 de enero, Jimmy Morales se convertirá en el décimo gobernante de Guatemala desde 1986 –octavo electo popularmente–, para asumir la conducción de un país plagado de problemas sociales y aún en medio de la peor crisis política que se ha vivido durante la más prolongada era democrática de nuestra historia.
Morales, quien dejó la comedia satírica para dedicarse a la política, asume con pronóstico de tempestades de todo tipo, el hándicap que supone acceder al cargo de presidente con un partido casi inexistente, grandes expectativas de la población –difíciles de satisfacer– y una clase política que no solo se resiste al cambio, sino que además mantiene una lucha de vida o muerte con el sector más independiente de la Justicia.
Es justificado que haya más incertidumbre que esperanzas en amplios sectores de la población. Morales es producto de las circunstancias que se dieron en 2015, cuando un movimiento ciudadano salió a la Plaza de la Constitución a exigir la renuncia de los gobernantes y censuró drásticamente a la clase política por provocar la gigantesca ola de corrupción que impide que el país avance. Él simplemente hizo lo que otros no pudieron: capitalizar el descontento popular y captar el voto en las urnas.
Pero la situación se presenta muy complicada para el nuevo gobierno. Demasiados problemas sociales y políticos deberán enfrentarse de manera inmediata y simultánea, porque el tiempo y las expectativas no perdonan. Por supuesto que nadie espera que todo se solucione de inmediato, pero las acciones y directrices deben ser lo suficientemente claras como para ganar tiempo y poder continuar cualquier marcha que se
emprenda.
Esa rancia clase política que enfrenta el embate de la Justicia y la sociedad no dará descanso y se moverá sigilosa y peligrosamente. La CICIG y el MP enarbolan la bandera de la lucha contra la impunidad y la corrupción en una batalla que apenas se inicia y se recrudecerá en el primer año de gestión de la administración de Morales.
En medio de ese marco complejo, en el que la independencia de las instituciones del sector justicia se verá a prueba a cada paso, veremos el brote de minicrisis permanentes de orden social, como los paros en educación y salud, la inseguridad ciudadana y la conflictividad en el interior, producto del abandono del Estado y su falta de políticas para fijar un rumbo de Nación en el que se favorezcan los intereses de la mayoría, que ha sido marginada y olvidada.
Por supuesto que ese escenario –que no hay que ignorar– provoca incertidumbre. Claro que el nuevo gobernante asume en medio de un panorama desolador, pero al mismo tiempo hay que recordar que el país necesita soluciones, y en la medida en que estas se den veremos aflorar las oportunidades. Ojalá eso sea lo que ocurra, pero es más importante que, si sucede, se aproveche cada una al máximo, porque el país merece un cambio radical.
Es difícil que los grandes cambios sociales se produzcan sin que medie crisis alguna. Es de la o las crisis que surgen las oportunidades, y ante esa realidad estaremos durante 2016, y quizás más allá. Por supuesto que lo que cabe esperar es que los diferentes sectores asuman sus obligaciones con responsabilidad, que se produzca un florecer, en vez de sumirnos en la desesperación y mayor pobreza.
Si en Guatemala hubiera casas de apuestas, es seguro que no pondrían a Jimmy Morales como favorito para salir victorioso de todas las situaciones críticas que deberá enfrentar. En buena medida, el resultado dependerá de su equipo de trabajo y asesores, porque no bastan palabras y buenas intenciones de un país para hacer frente a lo que viene y sacar el mayor provecho posible.
El deseo es que a Morales y su equipo les vaya bien, porque si es así al país le irá bien. Si se cumplen los pronósticos de los pesimistas, viviremos momentos difíciles, pero aun con ellos las oportunidades estarán al alcance de los guatemaltecos.