Gonzalo Marroquín Godoy
Sandra Jovel es la canciller de Guatemala. No era una persona conocida por la opinión pública antes de ser nombrada ministra de Relaciones Exteriores, y poco o nada se sabía de ella como para anticipar si podría desempeñar el cargo con la altura, dignidad y capacidad que se requiere, por ser la imagen del país hacia el mundo exterior. Ahora ya se sabe.
En la mayoría de países el cargo de ministro del Exterior es el tercero en la línea de importancia política dentro del Gobierno, solamente detrás del Presidente y el Vicepresidente. Comento esto, para explicar la importancia que los gobernantes deben conceder al nombramiento de este miembro del gabinete.
El presidente Jimmy Morales no se ha caracterizado por llevar lumbreras a su gabinete y por ello no extraña demasiado que haya llamado a Jovel. Seguramente alguien de su entorno la recomendó como “obediente y no deliberante”, y así fue como llegó a ocupar un cargo desde donde se puede dar lustre al país a nivel internacional, o nos puede embargar con “pena ajena” a los guatemaltecos.
Un problema que agrava su situación, es que se ha empoderado del poder del cargo y se ha convertido en una persona que responde con prepotencia. La prepotencia siempre es mala, pero cuando se ejerce con limitaciones, no hace más que evidenciarlas y eso es lo que le está ocurriendo.
Un ejemplo que encaja perfectamente es el mal manejo que ha dado a su intento por salir de dos embajadores, pero especialmente el representante de Suecia, Anders Kompass, a quien tiene entre ceja y ceja el presidente Jimmy Morales por el apoyo que ha dado al sistema de justicia en el país y, particularmente a la CICIG e I´van Velásquez.
Pero ayer fue entrevistada en Emisoras Unidas sobre otro tema de muchísima relevancia al cual intentó minimizar: ¿quién pagó el avión que llevó al presidente Jimmy Morales a Israel? –por cierto que no era un pequeño leader jet, sino una gran aeronave–. Sus respuestas fueron torpes, injustificadas, mostraron gran desconocimiento, pero sobre todo, la actitud de alguien que no mide los alcances de sus declaraciones.
Con otras palabras, insinuó que se le da demasiada importancia al tema y, por supuesto, no supo apartarse nunca del torpe y preocupante argumento de que “quien –o quienes– pagaron el avión quieren mantenerse en el anonimato”, aunque hizo énfasis en que son “israelíes agradecidos con el presidente Jimmy Morales por el tema del traslado de la embajada.
Será que la ministra se cree más lista que todos nosotros y de verdad cree que esa actitud no es más que una muestra absoluta de opacidad. “Soy totalmente transparente al decirles que quien lo hizo no quiere que se sepa su nombre”.¿¿¿Qué qué…??? Transparencia es decirlo, no solo en cumplimiento de preceptos legales, sino porque si no hay nada oscuro que ocultar ¿por qué esconderse en el anonimato?
Un Presidente de la República no puede andar ofreciendo “favores”, porque él se debe a la Nación y su dignidad. Además, quién nos asegura que los benefactores del avión no tienen intereses de negocios en Guatemala –o lo tendrán a futuro–, y será entonces cuando pidan el pago de aquel “favor” desinteresado. Peor aún, quién nos dice que no son los empresarios que intentaron vender la famosa “agua mágica” de Amatitlán, que en su momento estuvo avalada por el embajador de Israel en Guatemala.
La ministra debe entender que en Guatemala las cosas han cambiado. Hay una Ley de Acceso a la Información, la cual –si cualquier ciudadano solicita la información formalmente– la obligará a dar el nombre del benefactor y gamonal amigo de Guatemala –¿¿¿desinteresado???–.
Entiendo, por supuesto, que su limitación ha impedido que antes de dar una declaración como esta piense en las consecuencias. Le dijeron: “esto hay que decir”, y no ha hecho más que repetir y repetir su versión , en el sentido que “no quieren que se sepa el nombre”.
Recordemos que Alfonso Portillo recibió muchos “favores” del empresario Francisco Alvarado –hasta carro blindado le dio, además de casa y sueldo cuando era candidato y aún después–. No era por nobleza y amistad –lo mismo que dicen el o los benefactores israelitas–, sino por un interés ulterior que salió a relucir más adelante.
Hay ciertas circunstancias que no se pueden cambiar con la Canciller Jovel . Su talento, astucia y capacidad, son cosas innatas o ausentes. Sencillo. Lo que si puede ella controlar –y así las ausencias de cualidades se verían menos–, es la prepotencia. Su cargo es pasajero, su posición no es invulnerable. La humildad puede ser una gran consejera y, como dice el refrán popular: “calladita te ves más bonita”.