Gonzalo Marroquín Godoy
¿Convivir con la corrupción?
¿Convivir con la impunidad?
¿Convivir con la contaminación ambiental?
¿Convivir con la mediocridad?
Hay problemas sociales que siempre van a existir en Guatemala y el mundo, seguramente porque el ser humano es imperfecto y porque muchas veces predomina en las personas la faceta de maldad, de indiferencia, avaricia, o tolerancia. Así ha sido a lo largo de la historia y seguirá siendo, aunque también vemos –con entusiasmo y optimismo–, que cuando se produce el despertar de las sociedades, la situación empieza a cambiar y los avances se hacen notorios.
Lo hemos vivido. Cansados de los Gobiernos militares, marcados por el autoritarismo, la corrupción y la impunidad, los guatemaltecos optamos por la vía democrática, pero sin cortar por lo sano con esta triste herencia que, arrastrada a los Gobiernos civiles, se apoderó del sistema de partidos políticos. Cambiamos del autoritarismo militar a la astucia de la clase política que prontamente mejoró los sistemas de enriquecimiento ilícito y las plataformas para mantener la impunidad.
Han sido décadas de denuncia, de saber que el sistema se volvió caduco. Se alzaron voces por todos lados para dar a conocer lo que venía sucediendo, pero la sociedad en su conjunto se volvió tolerante y parecía que nada podía detener la corrupción ni luchar contra la impunidad. Como el fin justifica los medios…, entonces muchas veces hacíamos como los tres monos sabios: no oír, no ver, ni escuchar sobre la galopante corrupción.
Pero como bien reza el dicho de que no hay mal que dure cien años…, finalmente este año se produjo el despertar ciudadano, y con él crece ahora la conciencia de que hay que terminar con estos dos tipos de cáncer.
¡Basta ya! de convivir con la corrupción. ¡Basta ya! de que impere la impunidad.
Algo parecido ha sucedido con la destrucción constante de nuestro medio ambiente. El sistema de consumo nos ha llevado a un desgaste constante de nuestros bosques, la pérdida de flora y fauna, y la contaminación de ciudades –o aldeas y comunidades rurales–, ríos y lagos.
A las voces ambientalistas ha sido más fácil llamarlas ecohistéricas, que escucharlas y/o debatirlas. Como en los casos de corrupción e impunidad, la prensa nacional –la más seria e independiente– publica constantemente sobre la destrucción de la Biósfera Maya, la Sierra de las Minas, la contaminación de los lagos, particularmente Amatitlán y Atitlán. Se expone también la extinción de especies –hasta el Quetzal y la Monja Blanca, símbolos patrios–, pero como sucedía con la corrupción, nada pasa. La impunidad es absoluta, en buena medida, porque no ha surgido la conciencia social.
Un buen ejemplo de lo que sucede es lo que vive el lago de Atitlán. En el 2009 se dio el brote de cianobacteria en uno de los lagos considerados más bellos del mundo. Era la administración de Álvaro Colom. Se alzó la voz, y el vicepresidente y responsable de la autoridad del lago, Rafael Espada, se hizo a un lado en su responsabilidad y le dio paso a Sandra Torres para que se luciera con un show en el que anunciaba: Me canso, ganso. Eso decía la entonces primera dama, al anunciar que ella personalmente asumía la responsabilidad de salvar el lago. Nada pasó. Por cierto, esa promesa incumplida se le puede reclamar ahora que pretende dirigir el país nuevamente.
Han transcurrido seis años y muy poco se ha hecho. Había Q120 millones para tirar –literalmente– en las aguas de Amatitlán, pero no hay un presupuesto específico para salvar Atitlán. Tal vez nada ocurra hasta que haya un despertar ciudadano que demande resultados, que termine la impunidad ambiental.
Estoy frente al lago al momento de escribir esta columna. Aun enfermo, es una belleza impresionante. Han venido miles y miles de turistas de todo el mundo, y he escuchado y comprobado lo mucho que ha impresionado a algunos de ellos.
Los argentinos se sienten orgullosos de Bariloche, los estadounidenses de Tahoe, los suizos de Bachalpsee. Los guatemaltecos tenemos Atitlán, que nada deja que desear ante esos lagos. Pero nosotros no lo cuidamos.
Ha sido motivo de orgullo el despertar ciudadano ante tanta corrupción e impunidad. Hace falta que lo mismo suceda para defender nuestro entorno ambiental. Aquellos que pensaron que el discurso de los ambientalistas era apocalíptico, ¡tenían razón!, porque estamos viendo los resultados: Atitlán y Amatitlán se mueren lentamente, nuestros bosques desaparecen, los ríos se contaminan, las especies se extinguen.
Si a la clase política no se le pone un alto por la corrupción, esta se incrementa y se vuelve asfixiante. Ahora lo vivimos y comprendemos.
Si a la destrucción ambiental nadie se opone, continuará. Si lo que está mal no se corrige –la contaminación–, el daño se hace mayor. Atitlán merece nuestra atención. Guatemala merece tener un lago como Atitlán, pero que esté sano.
Ha sido motivo de orgullo el despertar ciudadano ante tanta corrupción. Hace falta que lo mismo suceda para defender nuestro entorno ambiental.