¡Inmovilidad!… Las décadas perdidas

  • Las autoridades municipales de la región Metropolitana –principalmente la capitalina– llevan décadas sin atender el problema de fondo para terminar con el caos vehicular, que aumenta con el paso de los años.

El tiempo corre y la ciudad de Guatemala y municipios aledaños sólo ven crecer el problema: cada año se pierde más tiempo valioso en los atascos vehiculares, sin que las autoridades entiendan el problema y encuentren una solución Pasan los años, y las décadas, sin que haya un proyecto visionario.


Vivo en Amatitlán y para llegar a mi trabajo a las ocho en punto, tengo que salir a las 4:30 de la madrugada.

¡Es increíble! En el mejor de los casos, pierdo entre cuatro y seis horas diarias en el tráfico… y cada año es peor. (Mujer que vive en Puerta Parada, aldea de Santa Catarina Pinula).

Mi oficina está en la zona 10 y para llegar a mi casa en la zona 14, muchos días tardo más de una hora en el carro.

Por décadas, los guatemaltecos hemos vivido atrapados en un embotellamiento que nunca termina. Cada mañana y cada tarde, los atascos en la ciudad capital y en los municipios aledaños no son solo un problema de movilidad: se han convertido en un drama cotidiano que afecta la productividad, el bienestar emocional y hasta la salud de millones de personas.

A pesar de que el problema se arrastra desde hace más de 25 años, las soluciones han sido superficiales y fragmentadas: pasos a desnivel aquí y allá, algunos proyectos aislados como los poco funcionales semáforos inteligentes –tan caros e innecesarios, que huele a negocio de conveniencia– pero nunca un plan integral que atienda el problema de raíz.

Al menos las tres últimas décadas, los guatemaltecos hemos escuchado que hay proyectos para construir vías periféricas –el siempre promocionado y nunca empezado anillo metropolitano– un sistema de metro.  Se gasta en estudios, en planificación, pero todo queda en lo mismo.  Pasan los años y las décadas y lo único que es cierto es que cada vez hay menos movilidad en el departamento.

El costo humano de los atascos

El tráfico no es solo un asunto de carros y calles. Es tiempo de vida perdido. Según estudios recientes, un conductor en el área metropolitana pasa en promedio entre 2 y 3 horas diarias atrapado en el tráfico, lo que equivale a casi un mes completo al año perdido en un volante, respirando humo y frustración.

Ese tiempo no recuperado erosiona la calidad de vida: menos horas en familia, menos tiempo productivo en el trabajo, más estrés, más enfermedades respiratorias y más frustración social.

En la nota publicada por Crónica en 2024 se destacaba que Guatemala se ha convertido en una de las ciudades más congestionadas de América Latina, y que el problema no se explica solo por el crecimiento urbano desordenado, sino también por la incapacidad de las autoridades para planificar y ejecutar un sistema de transporte público eficiente.

Una ciudad atrapada en sus propias ruedas

El parque vehicular de Guatemala ha crecido de manera exponencial en los últimos 20 años. Hoy circulan más de 4.5 millones de vehículos, de los cuales más de la mitad son motocicletas. Este fenómeno tiene una explicación simple: ante la falta de transporte público confiable, barato y seguro, miles de ciudadanos han encontrado en la moto una alternativa para llegar a sus trabajos o para realizar sus actividades diarias.

El problema es que esa solución individual ha generado un problema colectivo: la saturación de calles y avenidas, la anarquía vial, el aumento de accidentes de tránsito y la sobrecarga de una infraestructura urbana que no fue diseñada para semejante flujo. Guatemala es, paradójicamente, un país que promueve el uso del vehículo privado por omisión: no hay inversión en transporte masivo, no hay integración de rutas, no hay planes de movilidad urbana sostenibles.

La Municipalidad capitalina, gobernada desde 2004 por el equipo del exalcalde Álvaro Arzú (+), no ha encontrado una mejor solución que la que cada año lanza el vocero de la comuna, Amílcar Montejo: Este año salga con quince minutos de anticipación para llegar a tiempo a sus labores.  En efecto, la Muni no ha encontrado otra solución.

La inacción de las autoridades

En este escenario, la Municipalidad de Guatemala suele presumir cada nuevo paso a desnivel como una gran obra. Sin embargo, basta recorrer las calles para constatar que esas estructuras apenas alivian momentáneamente ciertos puntos críticos, mientras el caos se traslada unas cuadras más allá. Es como tapar un agujero en una represa que tiene docenas de grietas.

El gobierno central tampoco se salva de responsabilidad. Ninguna administración reciente ha tomado en serio la necesidad de un sistema de transporte público moderno. El Transmetro, aunque útil en ciertos tramos de la ciudad, está lejos de cubrir la demanda real. El Transurbano, símbolo de corrupción y fracaso, se convirtió en la prueba más clara de que, sin planificación y transparencia, cualquier intento está condenado al desastre.

Mal servicio de transporte público es igual a más vehículos en las calles.

La ausencia de coordinación entre el gobierno central, las municipalidades del área metropolitana y el sector privado ha sido la norma. Cada uno jala para su lado, sin pensar en un sistema integrado que articule buses, trenes ligeros, ciclovías y espacios peatonales. Guatemala se comporta como una ciudad que quiere ser moderna, pero que sigue atrapada en el siglo pasado.

La construcción de pasos a desnivel es una forma de intentar engañar a la población con «soluciones» a las crisis del tráfico. No puede haber solución sin un plan integrar para recuperar –algún día– la movilidad. Son décadas de la misma administración municipal, calificada de «incapaz» por la mayoría de vecinos.
Una bomba de tiempo

El tráfico no solo genera malestar individual; es también un lastre económico. El Banco Interamericano de Desarrollo estima que la congestión vehicular en las grandes ciudades latinoamericanas puede llegar a costar entre el 2 y el 4 % del PIB anual por pérdida de productividad y gasto en combustibles. En el caso de Guatemala, esa cifra se traduce en miles de millones de quetzales que se pierden cada año, en una economía que ya de por sí enfrenta retos de crecimiento.

Además, el impacto ambiental es enorme: la contaminación del aire en la Ciudad de Guatemala está directamente ligada a la emisión de gases de los vehículos atrapados en embotellamientos interminables. Es una crisis silenciosa de salud pública que afecta especialmente a los niños y a los adultos mayores.

La propuesta coreana

Ahora aparece una propuesta internacional. Corea del Sur, que ha acompañado a Guatemala en proyectos de infraestructura y tecnología, ha puesto sobre la mesa la construcción de ocho ejes de circulación vehicular en el departamento de Guatemala. Es una idea que, al menos en el papel, apunta a aliviar la saturación vial y a crear corredores de movilidad más eficientes.

La propuesta para construir estos de circulación vehicular – tres circunvalaciones metropolitanas y cinco vías radiales– genera expectativas, pero también dudas. ¿Será posible implementar un proyecto de esta magnitud en un país donde la corrupción ha minado la confianza en la gestión pública? ¿Habrá voluntad política real para darle continuidad más allá de un período de gobierno?

La experiencia muestra que muchos de estos proyectos quedan en estudios de factibilidad que llenan estantes en los ministerios, pero nunca ven la luz. Mientras tanto, el parque vehicular sigue creciendo, los barrios se expanden sin planificación y los vecinos del departamento continúan atrapados en el mismo calvario diario.

Además, y esto es lo peor, no hay un plan maestro integral para resolver el problema del tránsito.

Un reto que exige visión de Estado

El problema del tráfico en Guatemala no puede seguirse resolviendo con pasos a desnivel ni con promesas de megaproyectos que nunca se cumplen. Se necesita una visión de Estado, que articule a las municipalidades, al gobierno central, a la cooperación internacional y al sector privado.

Esa visión debe incluir un transporte público eficiente, seguro y accesible, un reordenamiento del uso del suelo urbano, incentivos para el transporte colectivo y sostenible, y una política clara de regulación del parque vehicular. De lo contrario, dentro de 10 años estaremos escribiendo la misma nota, con más motos, más carros y guatemaltecos atascados.

La Ciudad de Guatemala se ha convertido en un ejemplo de lo que no se debe hacer en planificación urbana. La inacción, la improvisación y la falta de visión han condenado a millones de ciudadanos a vivir entre bocinas y humo. El proyecto coreano abre una ventana de oportunidad, pero la verdadera pregunta es si las autoridades locales y nacionales estarán a la altura de ese reto.

Hasta hoy, la respuesta ha sido negativa. Y los vecinos pagan el precio, minuto a minuto, atasco tras atasco, atrapados en una ciudad que parece no tener salida.