Francisco J. Sandoval
No estamos en la década de 1520 sino en tiempo de conquistas e invasiones y se me ocurre decir que este mes España nos invade. No vienen huyendo de los infernales calores del verano ni de las tormentas y desmanes políticos de su país. Esta vez sus armas son las letras y los libros, y vienen con una ilustre embajadora universal.
¿Cómo es eso de que un país tenga una embajadora que ejerce su cargo en todo el mundo?, se preguntará, incrédulo, cualquiera que lea esta columna. La clave está en la palabra “embajadora”, que en este caso no hace alusión a quien recibe el encargo político de llevar en hombros la bandera y el honor de su país. La causa y bandera de Irene Vallejo es el idioma de los primeros libros que hubo en el Mediterráneo, las primitivas bibliotecas y la costumbre de leer. Dice Irene que no por casualidad el surgimiento de los libros coincide con el nacimiento de la filosofía. Entre los años 1500 y 300 a. C. en el cercano Oriente hubo 55 bibliotecas. Unas cien en Grecia, “una delicada red de arterias que bombeaba el oxígeno de las palabras y de los relatos de ficción hacia todos los rincones del territorio.”
Llega Irene como punta de lanza de esa “invasión”. Ahora Irene está en esta tierra, asiste a Filgua prodigando su menuda figura y su amorosa vocación de promotora de la lectura. Es tan inmensa la fortuna de tenerla por acá que me pregunto si Filgua, el gobierno, las universidades y sus colegas seremos capaces de sacarle el mayor provecho a su presencia. ¿Escucharán su testimonio los maestros, los promotores de la lectura, sus colegas escritores y bibliotecarios? Y al revés: ¿será ella capaz de aproximarse al gran legado que los mayas dejaron en estas latitudes. Cuando hace un año nos encontramos en la Feria del libro de Madrid le dije que esperaba que pronto viniera a Guatemala. La Feria del Libro de Madrid se lleva a cabo en un inmenso parque, El Retiro: 500 stands y cinco pabellones. Allí tuve la oportunidad de conocerla, hablar con ella e intercambiar saludos a través de nuestras obras. Allá te esperan los resabios de una gran civilización, le dije. Su respuesta fue una dedicatoria llena de cariño en El futuro recordado, otro de sus libros.
La curiosidad me llevó un día a comprar y empezar a leer El infinito en un junco. Sentí tan ameno, sabroso y bien documentado ese ensayo que con infinidad de marcas y subrayados tardé un mes en devorarlo. Lo recomendé por todos lados y hasta se dio la paradoja de que me lo devolvieran en versión electrónica. Me encanta su afirmación de que, contrario a lo que se dice, “la lectura es un acto colectivo que nos avecina a otras mentes.” Este enunciado es sabio porque conlleva el juicio de que en los libros se acumula historia, ciencia, sabiduría y, al final de cuentas, libertad y superación vital. “Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas.”
Irene Vallejo es embajadora universal sin necesidad de nombramiento, sin bandera ni política de por medio. Ella viaja en alas de El infinito en un junco, magistral ensayo traducido a infinidad de idiomas; en sus letras lleva la sabiduría de los griegos, los egipcios y romanos. Ella es “una voz que teje siglos”, dicen en México al concederle recientemente el premio Alfonso Reyes.
Irene afirma que Alejandro Magno es grande porque leía mucho: La Ilíada de Homero la llevaba a todos lados, sus combates incluidos; además de leerla una y otra vez, con ella duerme bajo la almohada. Su biblioteca de miles de libros es uno de los grandes legados que Alejandro dejó a la humanidad. Ya él sabía que leer es una forma de comunicación íntima y, en voz alta, una soledad sonora. Para un niño, empieza siendo un hechizo.
Elogia y admira a Quintiliano ya que sus teorías educativas eran tan vigentes hace veinte siglos como ahora: rechaza los castigos violentos; es más eficaz la alabanza que el vapuleo; los métodos deben adaptarse a las circunstancias y a la capacidad del estudiante; los alumnos deben buscar sus propias respuestas; la educación es un proceso que nunca debe finalizar.
Somos hijos de los libros, nos dice Irene Vallejo. ¿Entendemos tan claro juicio? ¿Va por aquí el mundo, o en contra de esta sentencia?
