Gonzalo Marroquín Godoy
El amigo quería cambiarse de nombre, pero no de apellido, con el que se identificaba.
Algunos le llaman depuración judicial, otros cambios cosméticos, y unos más claman porque sea ¡depuración total! Lo único cierto, es que el Congreso de la República es un fiel reflejo del fracaso del sistema de partidos políticos y del grado de corrupción e ineptitud al que ha llegado la famosa y desprestigiada clase política.
Muchos recordarán el chiste del hombre que llega a pedir cambio de nombre al Renap. Como es un trámite bastante común, el funcionario le pregunta su nombre actual: Me llamo Juan Caca. Le responde. Entonces entiende perfectamente el deseo de cambiárselo, por la connotación que tiene su apellido. ¿Y cómo quiere llamarse?, vuelve a preguntarle. Muy sencillo, Pedro Caca!!!!!!!. En realidad, el cambio era mínimo.
Algo parecido ha venido ocurriendo en el Organismo Legislativo desde hace décadas. Se va Juan Caca, y llega Pedro Caca… y a veces hasta empeorado. Ahora mismo, unos diputados andan huyendo, otros han ido a parar a la cárcel, y llegan los nuevos, pero sin que pueda esperarse un cambio, porque de entrada, provienen de los mismos partidos corruptos que postularon a los que salen a la fuerza.
¡Por supuesto que no hay gran mejora!.
El problema de fondo, es que hemos sido incapaces de acabar con la causa de tanto Caca –perdone la caca por la comparación. Excluyo a unos pocos, pero muy pocos diputados que llevan otro apellido–. Esa causa se encuentra en los partidos políticos, mismos partidos, casi todos, creados con una de dos finalidades: o llevar a su cacique a la Presidencia, o ser utilizados como vehículos de negocios y negociaciones oscuras y aprovechando el poder que logran.
El problema es que no tienen vergüenza, y por eso nada de cambio. Si a Juan Caca, le hubiera dado vergüenza su apellido, seguro hubiera intentado cambiarlo, pero ni se le pasó por la mente hacerlo.
Cuando los diputados sintieron la presión del movimiento ciudadano pidiendo reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), hicieron una buena jugada: le metieron una cuantas mejoras, maquillaron ciertos temas, crearon el financiamiento público para la campaña… pero mantuvieron el privado.
Con esos retoques, la llamada sociedad civil se fue con la finta y le clamaron al Presidente Jimmy Morales ¡sanciónela, sanciónela!. El presidente les dio gusto, pero les pidió cambios de segunda generación, una iniciativa que ya se encuentra en el Congreso y que, en manos de los diputados, poco o nada hará para que en el futuro se aleje del Congreso el apellido Caca.
El problema de fondo, es que estamos en manos de los de este apellido, y solamente si ellos quieren cambiárselo podremos ver –algún día–, la reforma necesaria.
Esta legislatura ha resultado una auténtica porquería. No solo por la gran cantidad de casos de corrupción que han aflorado, sino también por la mediocridad de sus acciones, la pasividad –y a veces mala fe– en la legislación que aprueban o dejan de aprobar. Es un auténtico peligro solicitar algún tipo de legislación, porque se sabe como entra, pero luego puede salir aprobada como un camello de siete o más jorobas.
El camino por delante está lleno de piedras. No será fácil encontrar la vía adecuada para sacar del barranco la institucionalidad que por hoy, luce perdida. Aunque la famosa segunda generación, no resolverá la raíz del problema, exigir que se discuta y que se le introduzcan algunas mejoras puede dar algo de oxígeno a un sistema político que agoniza, pero lo peor de todo, hace que el ambiente nacional sea denso y poco propicio para generar desarrollo, crear confianza y termine la confrontación social imperante.
Ojalá que Juan Caca, quiera llamarse Juan Bueno.