Miami, Estados Unidos |
Antes de que Donald Trump ganara las elecciones, la joven Kelsey Thomas pasaba los días entre sus estudios, sus amigos y las playas de Florida. Ahora organiza acciones políticas y se unió a «La Resistencia», el apodo de esta nueva era en el activismo de Estados Unidos.
Para Thomas, una universitaria de 29 años, el punto de inflexión fue la marcha de las mujeres del 21 de enero, cuando viajó de Fort Lauderdale, donde vive, a Washington para asistir a su primera manifestación.
«Eso fue realmente inspirador y motivador», contó a la AFP. «Comencé a preocuparme después de las elecciones y me involucré definitivamente cuando Trump asumió y fui a la marcha de las mujeres».
Ahora Thomas es organizadora del capítulo local de la marcha de las mujeres y del movimiento contra la reforma de salud de Trump: «Esto me motivó a pelear por todas las injusticias que veo todos los días».
Como ella, miles de estadounidenses liberales se sienten atacados en sus valores más caros y afilan las armas para la que será la batalla de sus vidas.
José Parra, analista político de la consultora Próspero Latino, explicó que «el público en general comienza a educarse políticamente cuando siente que hay una amenaza para su estilo de vida y eso es lo que se está viviendo con las propuestas de la administración Trump».
En juego están los derechos de las mujeres, los inmigrantes y los musulmanes, los logros obtenidos tras décadas de lucha por la comunidad LGBT y los avances en salud pública y medio ambiente.
«Hay controversias para cada uno», dijo Anthony Romero, director de ACLU, la mayor organización de derechos humanos del país y portaestandarte del movimiento antiTrump. «Hay muchos temas que están amenazados».
Romero, de visita en Miami, comentó que la organización tenía 400.000 miembros antes de las elecciones y ahora suma 1,2 millones.
«Estamos viviendo un momento muy fértil para el activismo porque las personas ven amenazas», dijo a la AFP. «Pero al mismo tiempo no es un momento romántico. Las personas saben que el gobierno federal en las manos de Donald Trump tiene un poder enorme».
Para capitalizar esta energía, ACLU creó una nueva plataforma, llamada PeoplePower.org, que con el eslogan «Join the Resistance», reclutará nuevos miembros y formará las bases de la acción política.
El movimiento fue lanzado en Miami el sábado pasado en un anfiteatro al que acudieron 1.500 futuros activistas y fue transmitido en vivo por Facebook.
Allí, personas de todas las edades que, como Kelsey Thomas, se motivaron políticamente hace cuatro meses, escucharon charlas sobre cómo convocar una protesta, qué acciones están permitidas, dónde es más conveniente congregarse y hasta dónde llegan las prerrogativas de la policía y de los agentes de migración.
– La efervescencia ideológica –
El despertar político que estimuló a ACLU a crear PeoplePower.org se ve en todas partes.
Cuando el alcalde de Miami-Dade, Carlos Giménez, anunció que la ciudad dejará de ser un santuario para inmigrantes, se encontró al día siguiente con una protesta frente a la alcaldía. Desde entonces, las manifestaciones en su contra no han cesado.
Los programas de sátira política como «The Tonight Show» y «The Late Show» han registrado un notorio aumento en sus ratings; los activistas reclutan miembros incluso por Tinder -es posible encontrar el perfil de alguien que propone participar en poco románticas asambleas populares-; y las ONGs buscan acólitos a través del sitio de encuentros sociales MeetUp y del más tradicional Facebook.
Por ejemplo, la organización de derechos civiles MoveOn realiza los domingos conferencias telefónicas nacionales, llamadas «Ready to Resist», en las que entrena a los oyentes en los intríngulis de la resistencia popular.
Wilfredo Ruiz, portavoz del capítulo de Florida de CAIR -la mayor organización de defensa de los derechos de los musulmanes-, contó a la AFP que las medidas de Trump contra el ingreso de los musulmanes han acicateado movimientos civiles en su defensa.
Y todo ello ha provocado una resistencia orgánica a nivel nacional: «Estamos haciendo equipo con otras organizaciones de derechos civiles en unos niveles inéditos», dijo Ruiz.
Ahora la colaboración entre ONGs, universidades, iglesias, mezquitas y sinagogas no se limita a marchar juntos o entablar una demanda conjunta, sino a compartir estrategias, recursos y logística, explicó.
Esto sucede por ejemplo en California, donde líderes religiosos crearon una red clandestina de hogares dispuestos a refugiar inmigrantes indocumentados.
Algunos, como Romero, Parra y también Ruiz, comparan esta efervescencia ideológica con el clima que dio lugar a las manifestaciones por los derechos civiles de los años ’60.
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