El extremo de polarizaciones vistas a todo nivel y por casi cualquier asunto, el deseo de halar el hule hasta lo imposible, está determinando mucho de la agenda pública, pero también las más cercanas: círculos familiares, de amistades, lo laboral. Un indicador son las redes sociales, espacio donde al amparo de lo anónimo e impersonal, se suelen ver con demasiada frecuencia todo tipo de amenazas, descalificaciones, venganzas y ansias descomunales porque fluya sangre. Ante la ausencia de soluciones concretas, argumentos creíbles y líderes confiables, se han posicionado las tensiones y llamados a la confrontación como las excusas para llenar esos grandes vacíos que tenemos como sociedad.
Las reformas constitucionales, especialmente su ángulo más frágil, el pluralismo jurídico, las olas incontenibles de criminalidad, las marchas campesinas, las demandas por la paralización vrs. continuidad de los proyectos hidroeléctricos, son actualmente los temas excusa para exacerbar los ruidos que hacen ver una dinámica en realidad inexistente. Es evidente que ese curso no lleva a ningún lado. Por ejemplo, siendo prácticos, es deseable que el Congreso impruebe las reformas a la mayor brevedad para no seguir jugando al tornillo sobado.
Meternos en burbujas de cristal, hacernos los locos, esperar a que otros se muevan, son parte de un menú de excusas fáciles. Evidentemente muchos hemos caído en esa severa trampa, pero el costo ha sido enorme e incuantificable. En el camino se han quedado algunos espacios que no tuvieron el suficiente oxígeno y claridad para superar la coyuntura de 2015; otros decidieron dar el paso hacia la participación político-partidaria, lo cual es válido pero quizás precipitado. El silencio ha corroído a la mayoría de posibles voces calificadas. Mientras eso sucede, otros se han comido el mandado; han manejado los hilos que seguramente les trae réditos: desbordar, brotar las múltiples formas de violencia que estaban guardadas, engañar a los incautos, jugar al servilismo, amplificar las voces carentes de argumentos pero que se adueñan de falsas percepciones.
En estos momentos es cuando hacen faltan los referentes morales. No es posible que como sociedad cedamos a la frasecita trillada de la ausencia de liderazgo político, empresarial y de otros órdenes. Claro que los llamados a ejercer esos roles han sido un fracaso, pero no podemos darnos el lujo de quedarnos solo en ello. Estas son circunstancias especiales, no vistas nunca antes en la historia nacional, que exigen liderazgo renovado, mesurado, con posiciones equidistantes de los extremos, que ayuden a aclarar el panorama y arrojen la necesaria sensatez. De seguir tirándonos los platos, lo poco de viabilidad que podríamos tener se vendrá abajo. Universidades, centros de pensamiento y expresiones de sociedad civil son las primeras llamadas a asumir esta demanda por un nuevo pacto de transición; al menos, para salir de los primeros atolladeros, y reemprender las dos cruzadas centrales: fortalecimiento del sistema judicial y rediseño del sistema político.
Una primera tarea es resistir a los embates que empujan hacia el precipicio, dejar que transcurran pero no ponerles atención, dejando que se cansen y carezcan de público. Al minar su principal fuente de atención, pasarán al círculo de los disfuncionales, los que siempre existen pero no tienen peso real. Los medios de comunicación son una fuente necesaria para este paso. Una cosa es informar, aprovechar la coyuntura y mantener a flote sus finanzas, otra distinta es otorgarle espacio, micrófono y cámara a las supuestas voces que propugnan por imponer la lógica del miedo y el desprecio a la vida.