El vaso ni siquiera está medio lleno. La situación en que nos encontramos es muy difícil y complicada, pero como siempre, debemos decir que no todo está perdido, porque la esperanza es lo último que se pierde«.
Gonzalo Marroquín Godoy
Viendo por el retrovisor el año 2022, vemos que atrás han quedado doce meses para el olvido en la Guatemala de hoy. La lista de problemas a nivel nacional es tan larga y variada, que brota en la conversación cotidiana entre empresarios, ejecutivos, vendedores, mensajeros, entre personas de nivel socioeconómico alto, medio y bajo, sin importar que sea en un centro urbano o en el área rural.
No extraña que la mayoría de las encuestas reflejen baja popularidad o desaprobación del gobierno de Alejandro Giammattei. Es que todo anda mal es un comentario generalizado, que algunos aplican a esa larga lista de problemas, sean estos de orden político, económico o social. Creo que el año pasado ha sido uno de los más oscuros de esta administración, aunque la caída principió en 2021.
La pregunta que está en los labios de medio mundo en estos días es: ¿Qué nos depara el Año Nuevo (2023)? La respuesta sencilla es, ¡nada mejor!, pero entonces viene el estribillo que usamos para decir que no todo está perdido: la esperanza es lo último que se pierde.
No se trata de ser pesimistas, sino de ver todo con la mayor frialdad posible, incluso dándole una pizca de optimismo o utilizando un modismo muy chapín: el escenario ante nosotros es muy complicado en todo sentido, pero…
Las premisas marcan la pauta de lo que estamos por vivir o atravesar. Tenemos un sistema político autoritario, que ha cooptado casi todas las instituciones importantes o vitales para la vida democrática de una Nación. Se ha perdido la independencia de poderes y la justicia es en un brazo al servicio de un poder político aliado a estructuras criminales que todo lo quieren.
El Estado se ha convertido en botín de la clase política y sus aliados.
Las encuestas muestran que los guatemaltecos no esperan que las cosas mejoren este año. Tampoco hay demasiado optimismo de cara a las elecciones generales y presidenciales que tendrán lugar entre el 25 de junio y el 27 de agosto (segunda vuelta). El sistema político caduco que se ha ido enmarañando con el paso de los años, sin reformas de buena fe, nos coloca ante la disyuntiva, cada cuatro años, de elegir al menos peor.
El sistema se ha creado de tal manera que el electorado se polarizará entre unos 20 candidatos, todos con cantaletas parecidas y pocas propuestas concretas. No será fácil diferenciar entre unos y otros. Esta vez, sin embargo, puede haber atracción hacia aquellos candidatos que se presenten como antisistema, y con discurso coherente podrían atraer al electorado.
No es fácil, porque el financiamiento masivo de los grupos interesados estará dirigido a quienes representen o garanticen el statu quo que tan agobiados nos mantiene. Las apuestas del oficialismo apuntan a que gane algún candidato o candidata que represente a la vieja política, que en realidad es la misma que se ha venido pasando la estafeta cada cuatro años, sin cambios de fondo, aunque con partidos y caras diferentes.
O sea que, en el plano político, no tenemos mucho margen para optimismo. Aparte, el oficialismo controla, como parte de su circo de marionetas, al Tribunal Supremo Electoral (TSE), por lo que tiene una fórmula para favorecer a sus candidatos directos o solapados. Aquí hablamos de aspirantes a la presidencia, diputados o alcaldes.
En todo caso, el año estará convulsionado por la campaña electoral y la manipulación que se intente hacer. Los pobres migrantes verán que nada o poco se hace para que puedan tener mayor participación en las elecciones. Son bastión de la economía nacional y con sus remesas apuntalan la economía, pero no se les quiere dar un protagonismo político del mismo nivel, negándoles espacios de participación.
Aunque el voto podría ser la forma de corregir el rumbo de una democracia maltrecha como la nuestra, el sistema se ha encargado de impedir que sea efectivo.
En política exterior seguiremos viendo un juego de estira y encoje en las relaciones con Washington, aunque no hay que descartar que la administración Biden pueda apretar un poco más en algún momento. Giammattei no terminará su gestión con lazos estrechos con Estados Unidos ni la Unión Europea.
No se invertirá significativamente en infraestructura; en salud la buena noticia es que el covid-19 ha dejado de ser tan peligroso como lo fue en 2020 y 2021, pero no hay que olvidar que fuimos uno de los países que peor manejó la crisis y que mayor provecho dejó para los funcionarios por la enorme corrupción. Si no, solo recordemos la fraudulenta y vergonzosa compra de vacunas rusas, por cierto nunca investigadas por el MP.
La corrupción seguirá galopante y lo peor de todo, la justicia se mantendrá sujeta al poder político. Cambiar todo este escenario de impunidad no se dará este año.
La macroeconomía seguirá estable, principalmente por el flujo inmenso de remesas familiares que activan la economía y reducen la pobreza. La economía doméstica o familiar, seguirá apretada y muy complicada, en buena medida por la incertidumbre e inseguridad para la inversión y la falta de políticas de desarrollo integral.
En el orden social veremos protestas y explosiones aisladas de malestar por la forma en que se maneja el país, pero la apatía de tantos y tantos chapines permite a la clase política seguir con su sistema opresor, de injusticia y pobreza, ese que nos mantiene agobiados y caminando en medio de incertidumbre, únicamente con esa cuota de esperanza que es lo último que se pierde.
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