- Lugar histórico donde para protestar espera pacientemente el retorno de «la voz del pueblo»
Cuando la voz del pueblo se alza, tiemblan los poderosos. Gobiernos y dictadores han caído en Guatemala y el mundo, expulsados por movimientos populares que manifiestan su cansancio ante el abuso, el poder autoritario, la opresión y falta de libertades. Los ejemplos del pasado son ahora solo un recuerdo.
#RenunciaYa y #Justicia Ya fueron la última demostración de la fuerza que puede llegar a tener un movimiento ciudadano cuando se produce el agotamiento ante un gobierno marcado por corrupción y un sistema de justicia que no cumple con su función, por ser cómplice de la élite política dominante de turno.
Era el mes de abril de 2015, cuando decenas de miles de guatemaltecos empezaron un movimiento de protesta para exigir la salida del presidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta, Roxana Baldetti, ambos convertidos en noticia diaria en la prensa independiente a causa de la corruptela desatada por ellos y su grupo político, el Partido Patriota (PP).
Vamos a La Plaza, era una consigna que se escuchaba a inmediaciones de la Plaza de la Constitución. Primero fue solo algo citadino, pero pronto las ideas y deseos ciudadanos se trasladaron al interior, y la voz del pueblo empezó a mover las estructuras de un Gobierno que, aunque estaba podrido por dentro, parecía sólido.
Unidad de pensamiento
Aquella voz del pueblo estremeció el Palacio Nacional. Paralelamente la CICIG empezó a denunciar todos los actos de corrupción que involucraban a los más altos funcionarios. Las protestas subían en fuerza y presencia en La Plaza, en donde cada sábado se entonaba el Himno Nacional y luego se escuchaban las consignas concentradas en #RenunciaYa y #JusticiaYa.
Las pancartas tenían un sinfín de mensajes que mostraban el malestar popular: ¡Fuera! Delincuentes disfrazados de gobernantes; Porque en Guate los buenos somos más exigimos #ReninciaYa; Toca Juicio y Castigo; ¡Criminales!; Presidente, Vicepresidenta, diputados, jueces y magistrados…¡Todos son iguales!, se leía y se reclamaba con fuerza, solamente después de cantar el Himno Nacional. No hubo líderes de ese movimiento, que reunía a familias y personas de diferentes clases sociales, sin importar sus ideas políticas, religiosas o de cualquier tipo.
Fuera de La Plaza quedaban las diferencias que suelen dividir a la sociedad guatemalteca. Simple y sencillamente se quería terminar con aquella corruptela que había venido creciendo desenfrenadamente de gobierno a gobierno, hasta llegara a un nivel que no se pensaba que existía.
La CICIG empezó a mostrar con detalles la forma en que la clase política saqueaba el erario público. Cada caso unía más aquella voz que semana a semana sonaba en La Plaza y repercutía en los días sucesivos, hasta que los resultados se dieron.
La unidad y la constancia provocaron que las estructuras de aquel Gobierno empezaran a temblar.
Aflora la podredumbre
Parecido a lo que ocurre ahora, la prensa independiente publicaba sobre los grandes escándalos de corrupción. Pronto ya no era solo la noticia, llegaba la confirmación por las investigaciones de la CICIG, un brazo con mucha independencia del MP, institución que además se sumó a la persecución de quienes habían perdido el rumbo como gobernantes o funcionarios.
No era, como hacen lo políticos, cuentos de hadas. En sendas conferencias de prensa se mostraban chats, se escuchaban escuchas telefónicas, en donde la ciudadanía podía oír que la cabeza de La Línea –el primer caso emblemático–, eran el uno y la dos, que pronto fueron identificados como el presidente y su vicepresidenta –1 y 2 en la línea de poder del Gobierno–.
Las fincas glamorosas de Pérez Molina y Baldetti, mansiones de descanso, helicópteros, coperachas entre funcionarios corruptos para hacer millonarios regalos a los gobernantes –dinero que salía de actos de corrupción de aquellos–, escandalizaban a la población, que presionaba cada vez más en La Plaza.
Baldetti intentó calmar a la población con una frase que solo provocó hilaridad: Les juro, por la vida de mi madre, que está muerta, que nunca he robado un centavo…
La CICIG no acusaba simplemente. El fiscal colombiano Iván Velázquez y la fiscal general Thelma Aldana se volvieron rostro conocido para los guatemaltecos, que veían y escuchaban con indignación la forma en que la corrupción estaba en la mayoría de instituciones del estado, literalmente cooptadas por estructuras criminales que se aprovechan para enriquecerse.
Los casos se hicieron públicos uno a uno: La línea; La corrupción mata (Salud); Coperacha; Comisiones paralelas; Plazas fantasmas; Agua mágica; financiamiento de partidos políticos; y muchos más se fueron destapando uno a uno, para dejar al desnudo un sistema de corrupción, al amparo de un marco de impunidad muy grande.
Primero fue Baldetti la que renunció y más tarde tuvo que hacerlo el propio Otto Pérez.
El experimento solicitado por Guatemala a Naciones Unidas daba un excelente ejemplo al mundo: ningún poder político puede estar por encima de la justicia.
Por primera vez en todo el mundo, una pareja de gobernantes terminaba en la cárcel antes de terminar su período de gobierno, acusados por corrupción.
En septiembre de 2017, el Congreso, dominado por los partidos implicados en actos de corrupción, hicieron lo que dio en llamarse un Pacto de corruptos, con un intento legislativo para debilitar la lucha anticorrupción. Fue el inicio de un esfuerzo para cortar las ataduras que pretendían detener a la corruptela y la impunidad.
Para entonces, un cómico de televisión, Jimmy Morales, había asumido la presidencia de la República con la frase Ni corrupto ni ladrón, aunque él mismo encabezaría la cruzada para terminar con la CICIG.
Pero fue en aquel mes de septiembre donde nuevamente se vio la fuerza del poder popular. Miles de ciudadanos salieron para presionar a los diputados oficialistas para que no llevaran a cabo aquellas reformas que pretendía, y lo lograron.
¿Qué sucedió desde entonces?
La clase política empezó una lucha de manera diferente. Había que dividir a la sociedad y nada mejor que recurrir a viejas estrategias de la guerra fría y el conflicto armado interno. Siendo la sociedad guatemalteca bastante conservadora, se introdujo en el debate nacional el tema ideológico.
En La Plaza de 2015 había unidad y las diferencias ideológicas no importaban. Se quería terminar con la corrupción y que la justicia fuera independiente.
Morales y el Pacto de corruptos, tuvieron éxito al denunciar que la CICIG era parte de un complot ideológico de izquierda, porque muchos dejaron de protestar y manifestarse en lo sucesivos, pensando que aquello era cierto. Desde entonces, ese discurso, junto con el de la soberanía, marcaron un cambio de rumbo ciudadano.
Respaldado por una amalgama de militares, estructuras criminales, empresarios, mafias, y la fuerza de los implicados –en proceso judiciales–, Morales se convirtió en un gobernante poderoso y logró su cometido: creo confusión entre la población, unió a todas las fuerzas del mal bajo aquel Pacto y empezó un proceso de retroceso en todo lo que se había avanzado.
El cambio de gobierno en 2022 con Alejandro Giammattei a la cabeza, no solo no cambió la línea marcada por su antecesor, sino que incrementó la lucha por desbaratar cualquier esfuerzo anticorrupción, sino que además, promovió un marco de mayor impunidad, con lo que parece ser un lema de cero tolerancia con los operadores de justicia que no acaten órdenes.
Si Morales tenía una alianza con bastante fuerza en su Pacto de corruptos, Giammattei, logró una alianza oficialista sin precedentes, al extremo de tener pleno control de los tres poderes del Estado y todas las instituciones importantes, aunque algunas, como el Procurador de los Derechos Humanos y la USAC, aún faltan por caer de manera definitiva, pero pronto lo serán.
Al ingrediente ideológico le han sumado un esfuerzo sólido y sistemático por crear confusión entre la población. Para ello, cuentan con algunos medios de comunicación –especialmente los de Ángel González (canales y radios), así como las redes sociales, en donde la línea oficialista se presenta como gran maravilla, mientras que las noticias de los actos de corrupción nunca se presentan.
A eso hay que sumar la gran batalla estos últimos dos años, se ha centrado en el control absoluto del sistema de justicia, un tema que a grandes sectores de la población no les parece relevante, pues esperan nunca necesitar de él.
A la alianza oficialista poco le ha importado incluso la flagrante violación a la Constitución, al mantener de manera espuria a una Corte Suprema de Justicia de manera ilegal. El Congreso lleva 33 meses negándose a elegir a los nuevos magistrados, por la sencilla razón de que los actuales son marionetas eficientes que responden a sus lineamientos.
Un balance de la fuerza de esta alianza oficialista muestra que además de controlar los tres poderes del Estado, responden a sus intereses y lineamientos el MP, el TSE, la Contraloría, el Colegio de Abogados, y pronto caerán el PDH y la USAC.
Además, militares, mafias, estructuras criminales, empresarios, medios oficialistas y partidos políticos, se unen con objetivos comunes: mantener anestesiada a la población y hacer que todas las instituciones se muevan al son que se emana desde el poder superior.
La Plaza espera
Vinicio Cerezo decía que las protestas en La Plaza son la música de la democracia. Por ahora, la ciudadanía está confundida, apática, e incluso con ciertos temores, por lo que se ha optado por protestar por medio de las redes sociales. Sin embargo, esa vía no produce cambios, no genera presión y, por el contrario, se diluye en un mar de opiniones enviadas por netcenter que responden al oficialismo.
Sin embargo, la corrupción se ha vuelto tan evidente como lo fue durante el tiempo de Pérez y Baldetti, con la diferencia de que ahora no hay quien persiga a los ladrones de cuello blanco en el Gobierno.
La duda es ¿cuándo? Difícil anticiparlo, lo que la historia muestra, es que siempre sucede y algún día veremos de nuevo llena La Plaza