Estudio muestra el peligro de accidentes cerebrovasculares; las vacunas protegen
El riesgo de accidente cerebrovascular entre los adultos mayores diagnosticados con COVID-19 es más alto en los tres primeros días del diagnóstico, según una investigación preliminar que se presentará en la Conferencia Internacional de Accidentes Cerebrovasculares 2022 de la Asociación Americana de Accidentes Cerebrovasculares, que se celebra en Nueva Orleans (Estados Unidos) del 8 al 11 de febrero.
«El ictus tras el diagnóstico de la COVID-19 es una posible complicación de la misma que los pacientes y los médicos deben conocer. La vacunación y otras medidas preventivas contra el COVID-19 son importantes para reducir el riesgo de infección y las complicaciones, incluido el ictus», ha comentado el doctor Quanhe Yang, autor principal del estudio y científico sénior de la División de Prevención de Enfermedades Cardíacas y Accidentes Cerebrovasculares de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en ingés).
Estudios anteriores han examinado el riesgo de ictus entre los adultos con COVID-19; sin embargo, los resultados fueron inconsistentes, y pocos se centraron específicamente en los adultos mayores, que tienen un mayor riesgo de ictus.
Este estudio examinó el riesgo de accidente cerebrovascular isquémico, que es un accidente cerebrovascular debido a la obstrucción de un vaso sanguíneo, entre los adultos mayores diagnosticados con COVID-19 mediante el examen de los registros de salud de 37.379 beneficiarios de Medicare de 65 años o más.
Los pacientes fueron diagnosticados con COVID-19 entre el 1 de abril de 2020 y el 28 de febrero de 2021 y fueron hospitalizados por accidente cerebrovascular desde el 1 de enero de 2019 hasta el 28 de febrero de 2021. Las hospitalizaciones por ictus podían producirse antes o después del diagnóstico de COVID-19, sin embargo, las que se produjeron 7 días antes del diagnóstico o 28 días después del mismo sirvieron como periodo de control.
Los participantes tenían una media de 80 años cuando se les diagnosticó COVID-19, y el 57 por ciento eran mujeres. Más del 75 por ciento eran adultos blancos no hispanos; más del 10 por ciento eran adultos negros no hispanos; menos del 10 por ciento eran adultos hispanos, y el resto eran adultos de otros grupos raciales o étnicos. El estudio comparó el riesgo de ictus en los días inmediatamente anteriores y posteriores al diagnóstico de COVID-19 con el riesgo durante los demás días del estudio, o el periodo de control.
El análisis encontró que el mayor riesgo de ictus se produjo durante los tres primeros días tras el diagnóstico de COVID-19, 10 veces más que durante el periodo de control.
Después de los tres primeros días, el riesgo de ictus disminuyó rápidamente, aunque siguió siendo mayor en comparación con el periodo de control. En concreto, entre los días 4 y 7 el riesgo de ictus fue un 60 por ciento mayor, y entre los días 8 y 14, el riesgo de ictus fue un 44 por ciento mayor en comparación con el periodo de control. El menor riesgo de ictus se produjo entre los días 15 y 28, cuando el riesgo de ictus fue un 9 por ciento mayor que durante el periodo de control.
Un subgrupo de participantes más jóvenes, los de 65-74 años, tuvo un mayor riesgo de ictus tras el diagnóstico de COVID-19, en comparación con los de 85 años o más, y entre los que no tenían antecedentes de ictus. No hubo diferencias en el riesgo de ictus relacionadas con el sexo, la raza o la etnia.
El ictus es una emergencia médica que se produce cuando un vaso sanguíneo del cerebro se bloquea o revienta, impidiendo que el oxígeno y los nutrientes lleguen al cerebro. Es una de las principales causas de discapacidad a largo plazo. El tratamiento rápido es fundamental para evitar daños cerebrales o la muerte, por lo que es importante reconocer los signos de advertencia del ictus y la actuación correcta.