Por Magalí Rey Rosa
Pocas veces se puede celebrar una victoria ambiental como la ganada por la tribu Siux-Lakota de Standing Rock este domingo 4 de diciembre, cuando el gobierno de Barack Obama denegó el permiso para que la compañía Energy Transfer Partners pase su oleoducto (Dakota Access Pipeline, o DAPL) debajo del río Missouri, tras meses de tensión y violencia contra ciudadanos norteamericanos que se pararon pacíficamente para defender sus derechos.
Los grandes medios de comunicación trataron de no cubrir la historia, y cuando se vieron obligados a hacerlo, lo hicieron desde la perspectiva de la compañía, por lo que es importante tener en cuenta ciertos hechos. Primero, se trata de una violación más a un tratado del gobierno de los Estados Unidos con las naciones Siux-Lakota. Los indios siux son los habitantes originales de ese territorio americano. Después de matar a la mayoría, robarles sus tierras y despreciar sus formas de vida, los inmigrantes europeos acordaron reconocer ciertos territorios como propiedad inviolable de los indígenas. Pero han roto los tratados y traicionado a los indígenas todas las veces que han querido, hasta ahora. El oleoducto DAPL constituiría una violación más al tratado que designó el territorio como propiedad de los siux. Una de sus más poderosas razones para rechazar el DAPL es que la compañía está destruyendo territorio sagrado donde están enterrados hijos, padres y antepasados. Les han ofrecido mucho dinero a los indígenas, para que permitan el paso del oleoducto, que no han aceptado porque para ellos no es cuestión de dinero.
Otra razón fundamental para oponerse es que la compañía no hizo una Evaluación de Impacto Ambiental (EIA), lo que coloca al DAPL en situación de ilegalidad. Los sioux quieren evitar la contaminación de su agua. Según el diseño original, el oleoducto pasaba por Bismarck, un pueblo cercano cuyos habitantes son casi todos blancos. En 2013, ellos rechazaron el paso del oleoducto por su ciudad, por temor a la contaminación. Por eso el cuerpo de ingenieros de los Estados Unidos decidió usar territorio indígena. Desde abril de este año están enfrentados el gobernador pro-petróleo de Dakota del Norte y las fuerzas de seguridad del estado que él ha puesto al servicio de la compañía, contra los dueños del territorio, los protectores del agua.
A pesar del gran esfuerzo para que no se conociera la verdad, hay cada vez más personas de todo el mundo, gracias, sobre todo, a las redes sociales, que saben sobre los protectores del agua en Standing Rock. Lo que fue un movimiento de resistencia local, de 500, 600 o 1000 personas, se transformó en la reunión de tribus indígenas más grande de la historia reciente.
La semana pasada, el gobernador de Dakota del Norte hizo pública su decisión de desmantelar el campamento de los defensores del agua, el lunes 5 de diciembre. Ese podría haber sido el violento fin de una ejemplar resistencia pacífica.
El fin de semana recién pasado, más de 10,000 personas —entre siuxs, representantes de más de 500 tribus indígenas, acompañantes que llegaron desde varios rincones del planeta, de todas las razas y religiones, así como un buen número de celebridades— aguantaban temperaturas de varios grados bajo cero, mientras millones de seres humanos de todo el planeta seguían los acontecimientos.
Yo creo que el factor decisivo, para entender por qué el gobierno de Obama decidió, tan a última hora, denegar el permiso al poderoso sector petrolero, fue que un importante grupo de veteranos de guerra decidió unirse a los defensores del agua de Standing Rock. El 3 de diciembre llegaron unos 2,500 veteranos de guerra al campamento, y había otros 3,500 en camino, de un total de más de 11,000 excombatientes que decidieron unirse para apoyar a los defensores del agua. Entonces llegaron los grandes medios de comunicación.
Según el testimonio de un exmarine: Nosotros fuimos entrenados, según el mandato de nuestra Constitución, para defender al pueblo americano contra cualquier amenaza, externa o interna. Fuimos a la guerra, a pelear y a matar, para defender intereses que no son del pueblo americano. Esta es la primera vez que vamos a cumplir con el juramento que hicimos como miembros del ejército de los Estados Unidos. Sólo que esta vez lo haremos desarmados, pues ése es el deseo de los pueblos indígenas y sus ancianos, quienes demandan que se mantenga esta resistencia pacífica, donde el arma más poderosa es el rezo. Nosotros seremos sus escudos humanos, pues hemos visto con indignación la brutalidad con que los han tratado. Los agentes de las fuerzas de seguridad que sirven al sector petrolero tendrán que matarnos primero a nosotros, los veteranos de guerra, para llegar a donde están los protectores del agua.
No soy ingenua, sé que solamente se ganó una batalla en Standing Rock. No podemos olvidar que Donald Trump —quien será ungido como presidente de los Estados Unidos en enero, no cree que hay una crisis ambiental y tiene $2 millones de dólares invertidos en la compañía dueña del DAPL— ha hecho público su apoyo al oleoducto. Pero él tampoco debe olvidar que muchos veteranos de guerra abrieron los ojos y están dispuestos a luchar para defender derechos justos y naturales. Yo he sostenido, desde hace mucho, que los pueblos indígenas son los que hacen la defensa ambiental del planeta. Lo que jamás imaginé fue un despertar de conciencia entre soldados, como el que se dio por Standing Rock. Si llegara a crecer un movimiento de conciencia semejante en todas partes del mundo, la humanidad podría dar un giro inesperado. Por historias como ésta es que podemos seguir creyendo en milagros.
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