Si no se reconoce la existencia de los problemas, es difícil buscar soluciones; si no se aceptan los errores, lo más seguro es que se vuelvan a cometer.
Gonzalo Marroquín Godoy
Para Año Nuevo, se suele decir: Año nuevo, vida nueva. Para muchas personas es verdaderamente una oportunidad de cambiar lo que se ha venido haciendo mal. Pero si de verdad queremos que los cambios lleguen, primero debemos reconocer los problemas que enfrentamos y los errores que hemos cometido durante los últimos doce meses, para iniciar un proceso de nueva actitud en la búsqueda de soluciones.
No es fácil, pero se trata de una oportunidad para mejorar. Pues lo mismo sucede con los presidentes de la República el 14 de enero, cumpleaños de su gestión administrativa. Recuerdo que –tristemente–, cada gobernante presenta un informe de labores con unos resultados tan buenos, que si fueran realidad y se sumaran uno a uno los que presentaron sucesivamente Vinicio Cerezo, Jorge Serrano, Ramiro de León, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Oscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez, Jimmy Morales y ahora Alejandro Giammattei, viviríamos en un país idílico, con desarrollo social y económico, sin corrupción, la justicia eficaz, independiente y robusta, nadie –o muy pocos– migrarían hacia el norte, la desnutrición no sería flagelo para la mayoría de la niñez, la educación sostendría el desarrollo y la atención de salud sería de calidad, al alcance de todos.
Pero la realidad es muy diferente. Somos uno de los países en Latinoamérica con peores índices en pobreza, educación, salud –el primero en desnutrición infantil crónica–, persiste la marginación y exclusión de amplios sectores sociales, la corrupción es galopante, cada vez más descarada, con el soporte de la impunidad. El sistema de justicia es obediente, no independiente; y la única oportunidad que cientos de miles y millones han encontrado para mejorar su nivel de vida, es convertirse en migrantes ilegales en Estados Unidos. Es mejor eso, que mantener el nivel de sobrevivencia que el sistema político imperante –ese de los lindos informes anuales–, les concede.
Es fácil hablar de unidad y paz, pero estas dos palabras requieren acciones. ¿Unidad? Si ni siquiera existe entre presidente y vicepresidente. Tampoco se escucha la voz ciudadana cuando sale a expresarse en La Plaza, porque hay un desborde del sistema político en corrupción e impunidad.
¿Qué ministro le dará al presidente un informe con deficiencias en su gestión? Al fin y al cabo, parece que los mandatarios pierden pronto contacto con la realidad. La suma de todas las charadas de los ministerios es la que el gobernante presenta al Congreso.
Pasan los años, pasa el tiempo y se comprueba que cada uno ha pintado una especie de cuento de hadas, del que los guatemaltecos nos despertamos cada cuatro años.
El presidente pudo pedir disculpas al pueblo por no haber cumplido sus promesas –hasta tendría algo de justificación por la pandemia–, pero no, se ha embarcado en más promesas para el 2021. La educación es prioridad, pero hay 10.000 escuelas que no tienen ni siquiera infraestructura adecuada. Eso no va a cambiar demasiado, porque no se incluye en el Presupuesto.
Penoso ver que se le pone al presidente alfombra roja para su ingreso al Congreso. ¿Acaso es un modelo, artista, o personajes de glamour? Mejor entrar humilde y sencillo, pero hablar con la verdad. Reconocer que hubo muchos clavos, pero que se van a corregir. Se dice querer cambiar de raíz el país, pero se sigue actuando igual o peor que los antecesores.
Pero bueno, no nos queda más que pedirle a Dios que ilumine a nuestras autoridades, porque el 2021 no pinta para mejor…