Con uvas o sin uvas, con campanadas o sin ellas, usted decide y construye futuro. Aportar para salir del agujero negro en el que estamos es una premisa universal, pues de lo contrario, perdemos todos, aun los que viven dentro del privilegio |
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
Año Nuevo es una ocasión universal que se presta para la fiesta y el optimismo, tradicionalmente así ha sido durante muchas décadas. Aún con un calendario diferente, el sentido se mantiene en algunas sociedades como la china. La noche del 31 de diciembre evoca la ilusión de un cambio para mejorar por lo que, de diferentes formas, todos dan rienda suelta al jolgorio, claro, si se cuenta con un mínimum vital para hacerlo, aunque la pobreza no es óbice para celebrar de cualquier manera; la ilusión alcanza para todos. El origen de la tradición española venida a América surge entre las clases altas, como muchas otras; dos versiones complementarias dan cuenta de ello.
La primera se remonta a finales del siglo XIX y se basa en las crónicas de los diarios de la época, según los cuales, la burguesía española, imitando a la francesa, comenzó a celebrar Nochevieja comiendo uvas y tomando vino espumante. Posteriormente, algunos madrileños hicieron suya la tradición, no sin cierta mofa, visitando la Puerta del Sol para oír las campanadas de medianoche y comer uvas tomando vino espumante, así como lo hacían las clases altas. Este pasaje me parece interesante desde lo sociológico y antropológico, porque explica cómo algunas tradiciones, rutinas y dinámicas de las clases altas son adoptadas por las clases subalternas quienes las adoptan como propias, adaptándolas a las condiciones materiales de su existencia.
La segunda explicación data de los inicios del siglo XX, concretamente en 1909, año en el que la cosecha de uvas blancas[i] tuvo un excedente que fue muy bien aprovechado por los productores de Alicante en el sureste de España, pues a más producción, menos precio, por lo que surgió una forma creativa de venderlas para mejorar su valor en el mercado: ¡no eran cualquier clase de uvas, eran las uvas de la buena suerte! ¿Les recuerda alguna estrategia de marketing conocida?
Sea el sueño por algo relacionado a la economía (la mayor parte de las veces) la sanidad por alguna enfermedad o la fórmula mágica de la felicidad, entre otros miles de aspiraciones, la Nochevieja es propicia para evocar lo que uno quisiera para sí y las personas que quiere, salvo el caso de ese grupito que siempre ve el derecho de su nariz únicamente.
“Para tener doce meses de buena suerte y prosperidad, es necesario comer una uva con el sonido de cada campanada de la medianoche”, marca la tradición, la cual, en Guatemala, cada año es menos visible. Sin embargo, hay que ver los esfuerzos de las capas medias bajas y los sectores populares por conseguir uvas y manzanas para estas fiestas, porque si no, no sería lo mismo, dicen quienes presurosos llegan temprano a los comercios que las ofertan. Al pobre nunca le falta el ingenio, pues si no hay árbol como en las fotos y películas, pues se cuenta con el chirivisco; si no se cuenta con series de luces, ya habrá forma de adornar con motivos navideños comprados en tiendas de “9.99” o en mercaditos de calle y si no hay pavo ni opíparos banquetes, pues habrá que ahorrar para que no falte el tamal y el cuto[ii] para que no haga daño, mencionan los aficionados al dios Baco de los romanos.
Usted, estimado/a lector/a, seguramente tendrá la dicha de contar el 31 de diciembre con un racimo de este bendito fruto de la vid. Lo invito a tomar 12 de ellas y reflexionar sobre lo que viene o seguirá habiendo, según la perspectiva y realidad de cada uno.
Si usted es medianamente informado (fake news y boberías de redes aparte) estará igual de preocupado que yo sobre el 2021 y años siguientes. El ejercicio de las doce uvas, sin las ínfulas de su origen por supuesto, me parece una bonita forma de reflexionar sobre el futuro, que no es ninguna especie de escenario mágico. Les comparto mis sugerencias reflexivas para esta Nochevieja:
La primera uva podría invitar a no ser egoístas y entender que lo que sucede con los demás, más allá de la filiación o amistad, también debería importarle.
La segunda uva podría generar en usted y su entorno, la inquietud a conocer más, sobre todo de las cosas que no le son comunes o de las que normalmente no se pregunta: la política o la filosofía, por ejemplo. Ambas no nos son (o no deberían serlo) ajenas a nuestra naturaleza.
La tercera degustación/reflexión podría centrarse en el hecho que, si no nos involucramos en las cosas públicas, el alto costo de ello es seguir siendo gobernados por los peores (Kakistocracia).
La cuarta uva podría generarnos la inquietud de que, a pesar de lo oscuro de una larga noche, la luz del amanecer siempre le sucede. Cabe recordar a Gramsci quien creó para sí, una metodología que le permitió sobrevivir en la cárcel. Debemos combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad, hasta vencer.
La quinta degustación debe llevarnos a la compresión de que el futuro lo construimos todos, consciente o inconscientemente, pues la inacción también cuenta, la mayoría de las veces, en contra. Como nos refiere la UNESCO: “Pensar juntos para que podamos actuar juntos para crear los futuros que queremos.”
A la mitad del camino, con la sexta de las uvas, deberíamos pensar en el hecho de que no somos el ombligo del mundo, que existen otras formas de pensamiento, la cuales, no por ser diferentes, son malas o desechables. No hablo por supuesto de los pensamientos malvados que llaman al odio, la discriminación y la violencia, los cuales sí deben desecharse.
Con la séptima uva, nuestro espíritu debiera encaminarse al encuentro (o reencuentro) con los otros/as. Hablar, discutir, reflexionar, hasta que la luz se haga más intensa con la construcción colectiva.
La octava uva nos debe llevar a entender la frase de Voltaire: “Lo mejor es enemigo de lo bueno”. Muchos quisieran cambiar tanto en tan poco tiempo y luego decaen ante el fracaso de la imposibilidad de abrazar un cambio real. Las agendas mínimas siempre serán mejores que aquellas dilatadas declaraciones de buenas intenciones que no aterrizan en nada.
A la novena uva, la mente clara y alegre le debe permitir discernir que toda solución a un problema económico, cultural, social y casi de cualquier índole, pasa por lo político, que es donde se toman las decisiones. Nos guste o no, la solución colectiva pasa por esta práctica que ha devenido en politiquería y malas artes. De nosotros, en forma conjunta, depende que esto cambie.
La décima ya debería tenernos en estado lúcido para pensar que un paso pequeño pero importante, es consensuar una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos que cambie radicalmente la forma en que se financia el proceso electoral y se eligen candidatos. Las reformas que se hicieron son insuficientes. No se trata de cambiar personas para sustituir hampones, sino de construir un sistema que impida que estos personajes facinerosos sean siquiera candidatos.
La décimo primera uva nos debe predisponer a la acción en cualquier espacio organizativo en el que prive la orientación al bien común y en el que nos sintamos cómodos. No hablo pues, de política partidista, tanques de pensamiento sofisticados o espacios de dudosa orientación y dinámicas. Hablo de sentido común y espíritu de comunidad.
Con la décimo segunda uva y final, ya tendremos el espíritu cívico/ciudadano totalmente despierto para pensar de qué forma, desde mi microespacio, desde mis propias dinámicas y entenderes, puedo aportar para cambiar este bello paisaje que es mío y de todos. Hacer frente común contra la ignominia y las prácticas cada vez más decadentes, corruptas y descaradas de quienes mal gobiernan este país, debieran ser una prioridad para cada guatemalteco/a decente. Esto no significa abandonar o subordinar sueños y metas personales, laborales, profesionales, comunitarias/vecinales, o de cualquier índole social.
[i] Una variedad de uvas llamada Aledo y que son propias de Alicante.
[ii] “Cuto” es la forma coloquial de personas de escasos recursos para referirse al aguardiente envasado en octavo de litro.