Xi Jinping prometió que China logrará la neutralidad de carbono para el 2060 pero, al mismo tiempo, el principal contaminador mundial multiplica sus proyectos de centrales termoeléctricas en países extranjeros.
Cuando se acerca el quinto aniversario del Acuerdo de París, cuyo objetivo es limitar «muy por debajo de 2 grados» el aumento de la temperatura mundial, el presidente chino recibió elogios a finales de septiembre al anunciar que su país empezará a reducir sus emisiones de CO2 «antes de 2030».
Pero este objetivo contrasta con los miles de millones de yuanes que Pekín destina a la construcción de centrales de carbón en Indonesia o Zimbabue, en el marco de su proyecto de infraestructura de las nuevas rutas de la seda, en el que participan más de 130 países.
Esta contradicción no ha escapado a los ecologistas, que señalan que China es el primer inversor mundial en centrales termoeléctricas, energía que representa el 40% de las emisiones mundiales de CO2.
«Estas nuevas plantas, que podrían funcionar muchos años después de 2030, son incompatibles con los esfuerzos de la lucha contra el cambio climático«, observa Christine Shearer, de la asociación Global Energy Monitor.
Más empresas de carbón
Empresas chinas construyen actualmente en todo el mundo centrales de carbón con una capacidad total de 19,6 gigawatios (GW) y un presupuesto de 21,000 millones de euros (25.100 millones de dólares), según el Global Development Policy Center de la Universidad de Boston. Suficiente para proporcionar energía a 6 millones de hogares.
Entre estos proyectos destacan la central de Sengwa, en Zimbabue, una de las más grandes de África, y al menos ocho plantas en Pakistán.
Además de estas plantas que ya están en construcción, otros proyectos de una capacidad total de 56 GW están listos para iniciarse, todos en los países que participan en las rutas de la seda, para los que el futuro energético estará vinculado al carbón.
En total, estas plantas emitirán 115 millones de toneladas de CO2 cada año a la atmósfera.
Sin embargo, «el consumo de carbón destinado a la producción de electricidad debe reducirse entre un 50%-75% para 2030 para lograr el objetivo» del Acuerdo de París, recuerda Shearer.
¿Trampa de la deuda?
China cuenta con las cuartas reservas de hulla del planeta, evaluadas en 96,000 toneladas. Con lo que no es extraño que se incite a las empresas chinas a ofrecer sus servicios en países donde falta energía, en Asia, África y América Latina.
«La financiación de centrales se acompaña a menudo con contratos de equipamiento o de ingeniería para las empresas chinas», subraya Lauri Myllyvirta, especialista de China en el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Puro (CREA), con sede en Helsinki.
«Es una forma de abrir mercados a empresas y a servicios que China necesita cada vez menos», dice.
La justificación económica de algunos proyectos parece sin embargo dudosa, en particular en Indonesia, primer destino de las inversiones chinas en el sector.
El país construye cuatro centrales en la isla de Java, donde el 40% de la energía que se produce no se consume, según Didit Wicaksono, de Greenpeace.
El gobierno indonesio se ha comprometido a reembolsar las inversiones chinas a lo largo de décadas, independientemente de las necesidades energéticas del país, se alarma Mamit Setiawan, de la organización Energy Watch de Yakarta.
El proyecto de las rutas de la seda, evaluado en 1 billón de dólares, suele ser acusado de ser una «trampa de la deuda» para los países destinatarios de las inversiones de Pekín.
Retrasos y anulaciones
Varios proyectos han recibido reveses. En junio de 2019, la justicia de Kenia bloqueó un proyecto para construir una planta termoeléctrica de 2,000 millones de dólares en Lamu, alegando lagunas en el estudio de impacto ambiental.
Un poco antes, Egipto paralizó un proyecto de 6,6 GW en Hamrawein, que se iba a convertir en la segunda central de carbón del mundo.
Desde entonces, la epidemia de coronavirus y sus graves consecuencias económicas han llevado a algunos países a revisar sus prioridades.
Bangladés revisó el 90% de sus proyectos de carbón desde que el FMI ha revisado a la baja su previsión de crecimiento al 2% este año, en vez del 7%, anunció en agosto el ministro de Energía, Nasrul Hamid.
En el mundo entero, «por cada proyecto de central de carbón lanzado en el marco de las rutas de la seda, cinco están paralizados o directamente han sido anulados», asegura Myllyvirta.
Pero los bancos chinos de desarrollo, que han consagrado desde el año 2000 a las energías renovables solo el 2.3% de sus créditos en el sector energético en el extranjero, no han reducido su financiación para las centrales de carbón.
Con el tiempo, los países destinatarios corren el riesgo de verse atrapados en la trampa del carbón, pese a que la energía solar y la eólica serán más baratas.
El dinero del carbón «disminuye los esfuerzos de los países en desarrollo para pasar a las energía limpias», lamenta Li Shuo, de Greenpeace China, y amenaza con hacer «descarrilar el Acuerdo de París».