Luis F. Linares López
A partir de la disolución de la República Federal de Centroamérica en 1839, se realizaron numerosos esfuerzos por unificar a las llamadas “cinco parcelas” de la Patria Grande. El Salvador, Guatemala y Honduras adoptaron incluso una Constitución en 1921, pero el intento se frustró debido al cuartelazo encabezado por José María Orellana.
El actual proceso de integración tiene su génesis en la suscripción de la Carta de la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA) en octubre de 1951, en donde se reconoce que la cooperación fraternal y organizada de las repúblicas centroamericanas es indispensable para la solución común de sus problemas. La firma de esa carta se dio cuando gobernaban Oscar Osorio en El Salvador, producto de un golpe militar. que implementó medidas progresistas, al igual que el conservador Otilio Ulate en Costa Rica y Juan Manuel Gálvez en Honduras, heredero del dictador Tiburcio Carías y que prestó el territorio de su país para invasión liberacionista a Guatemala. Nicaragua estaba bajo la bota de Anastasio Somoza, y en Guatemala gobernaba Jacobo Árbenz, que ya estaba en la mira de los Estados Unidos, por considerarla una posible cabeza de playa del comunismo internacional. A pesar de todas esas diferencias y de las presiones estadounidenses los cancilleres centroamericanos suscribieron la Carta de la ODECA.
Hacemos esta relación para subrayar que, pese a sus posiciones políticas y las presiones de la potencia del Norte, los gobiernos centroamericanos dieron el primer paso, luego de que en junio de 1951 solicitaron a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) el apoyo técnico para implementar medidas integracionistas. La ODECA entró en hibernación debido a la campaña orquestada por Estados Unidos contra el gobierno de Arbenz, pero no se descartó el proceso, con pequeños avances durante el período que correspondió a Castillo Armas en Guatemala. Y me parece que nunca se ha reconocido de manera suficiente el aporte a la integración que hicieron al proceso los gobernantes de Guatemala, Miguel Ydígoras, José María Lemus de El Salvador y Ramón Villeda Morales de Honduras, que llevó a la firma del Tratado de 1960.
Casi 70 años después de la firma de la Carta de la ODECA la integración exhibe importantes pero insuficientes logros, con momentos de estancamiento e incluso retrocesos. Con exceso de retórica, conflictos comerciales, intereses sectoriales que se confunden con los legítimos interesas nacionales, creación fallida de instituciones como el Parlacén que amerita reingeniería total, y falta de liderazgo. Comentaba un excanciller que desde hace dos años no hay reunión de presidentes y con ocasión de la pandemia, fuera de los comunicados del SICA, no se percibe alguna acción coordinada importante.
El proceso de integración es objeto de reiterados elogios, afirmando que es el más exitoso de América Latina; que Centroamérica tiene grandes ventajas comparativas y competitivas, que el comercio intrarregional es vital para cada uno de los países, y que es la única salida para construir una región de paz, libertad, democracia y desarrollo. Pero compiten para la atracción de inversión extranjera con medidas fiscales y laborales, que los hacen caer en una carrera hacia el fondo que no contribuye en nada al bienestar de los centroamericanos.
También se destaca la importancia que tiene para el crecimiento de las respectivas economías el mercado interno ampliado de más de 40 millones de habitantes, pero las políticas económicas y sociales que se toman en cada país no fortalecen la parte que les corresponde de ese gran mercado interno, lo que constituye el talón de Aquiles de los tres países del Triángulo Norte y de Nicaragua. Según un informe del BID de 2015, la clase media constituye el 33 % de la población de América Latina y los cuatro países tienen promedios más bajos (El Salvador 17 %, Guatemala 15 %, Honduras 14 % y Nicaragua 10%. Extendida pobreza, falta de acceso a la educación, a la salud y al trabajo decente, y ausencia de oportunidades explican lo anterior, y la migración externa.
Mientras no se ponga en el centro de los objetivos del proceso de integración la superación de las causas de la desigualdad y la pobreza, no será posible construir los “muros de prosperidad” de los que gusta hablar el presidente Giammattei, ni tendemos economías capaces de competir con algo más que salarios bajos. Nuestro principal producto de exportación seguirán siendo las personas, especialmente los jóvenes y nuestras sociedades no tendrán futuro.