El mensaje de la Plaza

Gonzalo Marroquin

El año pasado, estuve cuatro veces en la Plaza, no solo porque compartía el sentimiento ciudadano de frustración que se manifestaba cada sábado, sino porque también me interesaba enten­der lo que estaba sucediendo en el país y comprobar, de primera mano, ese sentir que se expresaba como muy po­cas veces antes en nuestra historia po­lítica.

Lo primero que me impresionó fue el microcosmos que se encontraba repre­sentado en la Plaza de la Constitución. Llegaba gente de condiciones sociales muy dispares, jóvenes —muchos—, adultos y viejos, hombres y mujeres, indígenas y ladinos, universitarios y trabajadores, intelectuales e incultos, izquierdistas y derechistas. En reali­dad, se trataba de una muestra pobla­cional muy representativa de la capital y los centros urbanos.

Había, sin duda, muchas diferencias en la manera de pensar de todos los manifestantes, pero había algo que les unía en aquel momento: el agotamien­to ante la corrupción y la impunidad imperante en el país.

Después de las primeras manifestacio­nes, en las cuales únicamente se pedía #RenunciaYa —clara alusión a los en­tonces gobernantes—, el movimiento se diversificó en sus expresiones, pero el foco principal siguió siendo el mis­mo que, interpretado de alguna mane­ra, estaba dirigido como crítica a la éli­te que ha fomentado ambos males en nuestro sistema político.

Algunos pidieron cárcel contra diputa­dos, otros demandaban atención a pro­blemas como salud, seguridad, educa­ción, etcétera, y algunos enfocaban más la crítica a situaciones particula­res, como el abuso de ciertos canales de televisión, o defendían posiciones más ideológicas. Tampoco faltaban los temas religiosos —aborto— y demás. Era también un microcosmos del pen­sar de la sociedad guatemalteca, tan divergente.

Eso quiere decir que si bien en La Pla­za se escucharon muchas voces, infini­dad de quejas, diversos puntos de vista y la expresión popular fue prolija, no se deben tomar cada una de las peti­ciones o expresiones como la voz de la Plaza, como muy hábilmente algunos demagogos tratan de hacer a cada rato.

La Plaza pidió esto, la Plaza quería aquello, la Plaza dice… la Plaza exige, la Plaza quiere. Puras babosadas, claro que se quiere un montón de cosas, pe­ro la demanda fuerte de aquel movi­miento ciudadano estaba enfocada en cambiar, cambiar y cambiar.

Y de eso, no ha habido nada. Los dipu­tados medio babosean a la mayoría con arreglos cosméticos de leyes, pero las acciones son invariables, el Gobier­no se la pasa dormido frente a la de­manda de un cambio auténtico y pro­fundo, y ofrece un poco más de lo mis­mo, aunque con un estilo un poco dis­tinto, pero, en el fondo, lo mismo: nepotismo, falta de transparencia e in­eficiencia. Con menos corrupción tal vez, pero más parece que por miedo y falta de experiencia en eso también.

El mensaje de la Plaza no se escuchó en el Congreso ni en el Palacio Nacio­nal o Casa Presidencial. Llegó con al­guna intensidad al Organismo Judicial, en donde sí se manifiesta un cambio de actitud en jueces y magistrados, pe­ro tengo mis dudas de si se trata de una reacción por convicción o solo es por temor y, por lo tanto, temporal.

De aquel movimiento ciudadano que­da muy poco. No surgieron nuevos lí­deres y, después de un año, no hay una corriente política que pueda decir­se que representa ese sentir de promo­ver un cambio auténtico y profundo. El sistema de partidos políticos, que es en el fondo el causante de casi todos los males nacionales, apenas si está en un proceso de cambios muy leves, segura­mente incapaces de apartar a la vieja política, para hacer una nueva.

Por ejemplo, ya se habla de un nuevo liderazgo en el partido UNE, pero este estaría representado por Mario Tarace­na, un diputado que ha pasado en los últimos treinta años por varios parti­dos —por lo tanto, tránsfuga y oportu­nista— y es ejemplo de la clase política, por más que ahora su discurso trate de tomar la palabra de la Plaza. El mismo que llamó a Ángel González —el due­ño del monopolio de TV abierta— el Ángel de la democracia, y que ahora sí, lo critica, pero por conveniencia y por­que lo ve como un ángel caído.

No hay nuevos liderazgos políticos, no obstante, con las reformas a la Ley Electoral tendremos a un montón de oportunistas aprovechando que la campaña electoral —la publicidad— les saldrá gratis, pues será pagada con impuestos.

¿Cómo se puede cambiar de verdad? Es complejo y complicado, pero segu­ramente no se hace de la manera en que se pretende hacer ahora; es decir, con maquillaje, conformismo y más de lo mismo.

La clase política, y gran parte de las éli­tes del país, han ignorado el fondo del mensaje de la Plaza. Es mejor inter­pretarlo a su conveniencia, dar enga­ñosas golosinas al pueblo y seguir ha­ciendo fiesta con los recursos del Esta­do.

Bien advirtió Thelma Aldana que en cualquier momento se reagruparán para intentar mantener su estatu quo, aun­que ella se refería a que lo harán en los casos judiciales que se llevan a cabo contra los representantes de esa élite de políticos, empresarios y funciona­rios, a los que para nada les conviene que haya cambios trascendentales.

Contra ellos es el mensaje de la Plaza.