PROVOCATIO: ¡Y vos qué proponés!

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Desde hace décadas lo normal ha sido que cualquier propuesta calificada como seria, provenga del sector privado, el cual, por supuesto, nunca criticará la estructura de un sistema que ellos mismos diseñaron e implementaron y que monitorean con mucho cuidado. A veces, hasta se atreven a hacer algunos señalamientos superficiales, relacionados casi siempre con el mal manejo que los políticos han hecho de la cosa pública y los males de la burocracia. Ya he explicado cómo funciona el jueguito este de la clase política y cómo el financiamiento ilícito de las campañas electorales termina por llevar a los peores (pero más dóciles) a la presidencia y éstos a su vez colocan a una gavilla incompetente y rapaz. La responsabilidad entonces debería estar clara pero lamentablemente no lo está.

Cualquier crítica que provenga de otros sectores no dominantes es vista con desconfianza y cuando proviene de la ciudadanía consciente, la descalificación es total. Los anacrónicos epítetos de comunista, socialista o cuando menos socializante, desestabilizador, resentido, chairo y mil más, salen a relucir para delinear una opinión pública construida muy a conveniencia del sistema.  Para tener control de esto, el Estado dispone de aparatos ideológicos (prensa, iglesias, escuela, medios de comunicación y otros) y también medios paraestatales que se encargan de definir qué es lo bueno y lo malo. Qué crítica es constructiva y cuál es destructiva, quienes piensan en la patria grande y quiénes en sus “mezquinos intereses”.

De acuerdo con la ocasión, la pobreza se sublima o se estigmatiza. Para el primer caso, vienen a mi mente aquellos pasajes de la vuelta ciclística en la que el famoso MACORD (Marco Antonio Rodríguez) describía en televisión, el maravilloso paso de la caravana multicolor por el Altiplano. Aludía con insistencia, la belleza del paisaje en la que incluía a las familias enteras de indígenas a la orilla de la carretera, teniendo como marco, sus precarios ranchitos que, muy adecuadamente, coronaban el espectáculo y servían de bello marco. Si bien el paisaje de este territorio siempre ha sido hermoso, lo que se describía como paradisiaco escondía lo real: el hambre reflejada en las pancitas abultadas de los niños cundidos de parásitos y la precariedad de la vivienda rural, reducida a lo más básico.

Eso mismo que se sublima, también se puede tergiversar desde la óptica de quienes, sin ser élite, les sirven ideológicamente por las redes sociales. Los clasemedieros (o wannabee) juegan un papel muy importante como intermediarios porque se vería muy feo que lo hicieran las propias élites. ¡Miren a esa gente sucia, cómo vive! ¡Les gusta estar apeñuscados en sus casas y hasta en la calle! ¡Cómo van a salir adelante si no hacen caso! ¡Esa gente muca encaramada en improvisados transportes de todo tipo! ¡Por esa gente no avanza el país! ¡Partida de shumos indeseables!  Parecieran solo frases descalificadoras pero su perversión consiste en descalificar y atacar primero, para luego subestimar sus vidas y, por supuesto, sus muertes.  Así fue con la guerra interna y así es ahora. Del indígena, del pobre, lo único bueno para las élites y sus adláteres, es el voto, concesión que ya hubieran quitado si no fuera por el engaño sistémico que le da alguna legitimidad al precario sistema político-electoral guatemalteco.

Las fotos de gente hacinada en los mercados o sobrepasando la capacidad de pickups, camiones y buses improvisados para transportarse de y hacia sus trabajos y viviendas, se utiliza para dos cosas: estigmatizar la necesidad y la pobreza; pero sobre todo, para responsabilizar a los más vulnerables de lo que suceda. Ya el presidente. El Dr. Asturias y la ministra de salud lo dejaron claro, ellos se lavaron las manos y ahora la población está a cargo: sin herramientas, sin plata, sin trabajo y sin oportunidades, con un sistema de salud más colapsado de lo que normalmente se ha mantenido y sin la asistencia de un Estado que tiene la gorda obligación de proteger a los que más lo necesitan.

Desde el privilegio de la clase media, término confuso y diverso cada vez más pequeño y débil, es fácil denunciar a quienes la desigualdad colocó en una triste realidad, pero no así a sus iguales que participan de fiestas clandestinas y se divierten trasgrediendo las normas.  Se condena al desgraciado, al que históricamente le ha tocado llevar la culpa de todo, pues no son nada, no representan nada (solo votos). Los wannabee olvidan, ignoran o pervierten una realidad que cada vez es más evidente:

  • Si el pobre tuviera un medio de transporte propio, no tendría que ir colgado en un pésimo y peligroso sistema público o en improvisados medios de locomoción más peligrosos.
  • Si el pobre hubiera tenido acceso a una educación de calidad y mejores condiciones de vida, seguramente sus hábitos y costumbres se parecerían a quienes desde el privilegio los condenan.
  • Si el pobre no formara parte del desempleo y la subocupación que representa el 70% de la población económicamente activa (ahora se habla del 80%) no tendría necesidad de salir a rifarse la vida en plena pandemia.
  • Si el pobre tuviera los ingresos y los medios, seguramente tendría una vivienda digna, sin hacinamiento y carencia de servicios como el agua potable y la energía eléctrica.
  • Si el pobre hubiese tenido una instrucción básica de calidad, seguramente podría descifrar los ininteligibles mensajes presidenciales y darse cuenta de la manipulación.
  • Si el pobre tuviera otra realidad, seguramente usaría la mejor mascarilla de forma adecuada, incluso con protector y abundante gel desinfectante tanto en casa como de forma ambulante.
  • Si el pobre tuviera un ingreso asegurado sin salir de casa y pudiera darse el lujo de ir al supermercado en lugar de hacinarse en los mercados populares, téngalo por seguro que lo haría.
  • Si el pobre no fuera víctima del hambre y del poco o nulo acceso a una salud preventiva de calidad, seguro tendría mejores defensas inmunológicas y poseería una educación sanitaria adecuada.

¿A quién no le gustaría vivir bien y disfrutar de los placeres materiales y simbólicos que el sistema provee para unos cuantos? Sin embargo, para millones de guatemaltecos, la realidad es muy distinta de quienes disfrutamos de algunas prebendas, sin que, por ello, nos escapemos del círculo de dominación y limitaciones.  

¡Y vos que proponés! exclaman orondos los intermediarios de las élites. No como pregunta sino como reto y pretensión de callar a las voces disonantes. Nos corresponde dar luz, a quienes desde una formación académica sólida, logramos distinguir los entresijos de esa realidad lacerante. Los que sufren, tienen como única y permanente prioridad conseguir el propio sustento y el de sus familias. Primero se debe entender la realidad y tomar conciencia de ello, condición sine qua non para cambiar la estructura de desigualdad y el sistema político que la refuerza. Pretender acciones sin este primer paso, es como construir sin cimientos.

Si usted olvida o ignora la realidad descrita, entre en razón y recapacite cada vez que condena al más vulnerable. Si lo hace conscientemente, usted representa el hijueputismo tropical más deleznable.

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