ENFOQUE: Del terremoto’76 al COVID-19

Gonzalo Marroquín Godoy

Si García Márquez viviera, tendría elementos para escribir una segunda versión de “El amor en tiempos del cólera”, cambiándolo a “tiempos de COVID-19”.

El país duerme.  Es una época mucho más tranquila que la actual.  Repentinamente se escucha un ruido, como si un alud estuviera cayendo sobre nosotros.  Son las 3:01 horas del 4 de febrero de 1976.  Las casas de adobe no soportan aquel fuerte terremoto –7.5 grados de magnitud–.  Miles de casas y edificios colapsan.

El ruido de cosas que se rompen y cañerías que truenan provoca el pánico inicial, pero la reacción no se hace esperar: hay que proteger a nuestras dos hijas. Mi esposa, a cubrir a una de ellas con su cuerpo y yo a la otra.  Parece que la casa no soporta aquella tremenda sacudida, pero lo hace. Después de pocos segundos –que parecieron toda una eternidad–, la calma vuelve.  El silencio entonces es tan aterrador como el ruido que se ha marchado.  Hay que salir y ponernos lejos de paredes que puedan caer.

Es la reacción humana de un padre y una madre.  Hay que poner a la familia a salvo antes que nada.  Tras hacerlo, el periodista, que siempre he llevado dentro, reacciona y lo primero que hago, al ver la hora, es llamar al periódico donde trabajo –Impacto era el diario de mi padre–, para decir que paren la impresión para hacer cambios en la edición.  No tengo ni idea de lo sucedido, pero se perfectamente que una tragedia de grandes proporciones ha ocurrido.  Todos los empleados del periódico se han ido a sus casas aterrorizados, quieren saber qué sucedió a sus familiares.

En ese tiempo no hay más que teléfonos fijos, y el sistema colapsó en los minutos siguientes. 

En resumen, fueron cerca de 23.000 muertos; más de 77.000 heridos; 258.000 casas destruidas; varios hospitales se derrumbaron y el sistema de salud quedó muy limitado; el país fue duramente golpeado.  El presidente Kjel Laugerud dijo: el país está herido, pero no de muerte.

Fueron semanas y semanas y semanas de informar sobre aquella tragedia y luego la reconstrucción.  Fue mi primera gran experiencia periodística con una noticia de tal magnitud que, aún hoy, me impacta al recordar.  Eso ocurrió hace 44 años.  Desde entonces me ha tocado dar cobertura noticiosa a diferentes tragedias, cada una con un impacto social y económico distinto, pero sin ser siquiera la sombra de lo ocurrido aquella madrugada del 4 de febrero de 1976.

Tuvieron que pasar más de cuatro décadas para estar frente a algo que provoca terror, casi tanto, como el que se vivió en aquel momento.  Ojalá que en los números no haya siquiera comparación.  El terror de aquel entonces se sintió en todo el país, se vivió en todos los estratos sociales, tal como sucede ahora con el COVID-19.

Esta vez no es algo local, es una pandemia que afecta todos los continentes en 183 países –por el momento–.  En el caso de Guatemala, el pronóstico es aún incierto, aunque si de algo estoy seguro, es que habrá muchísimos más casos y el efecto socioeconómico será poco más que catastrófico, por lo que se requerirá de un auténtico esfuerzo nacional para salir adelante.  Será necesario hablar de “reconstrucción nacional”, más allá del plan económico que ha presentado el presidente Alejandro Giammattei.

Ciertamente lo que se ha planteado hasta el momento es importante, pero se ha dejado fuera al sector social, a las personas más vulnerables, aquellos que apenas logran sobrevivir y que requerirán de la ayuda del Estado. 

Estamos viviendo algo inédito, abrumador y desconocido. Todo lo desconocido provoca miedo, incertidumbre.  ¿Qué puede suceder si, como creo ocurrirá, esta cuarentena, se prolonga por más de un mes o dos?  El número de casos subirá.  Muchas medianas y pequeñas empresas irán a una quiebra virtual.  La economía informal no podrá funcionar como el escape de sobrevivencia que es ahora.  A eso, sumemos que Estados Unidos empieza a ser un verdadero caos por el mismo COVID-19 y debemos esperar el decline significativo de las remesas familiares.  El impacto social será devastador.

El plan anunciado con el presidente tiene un punto débil –y peligroso–.  No se ha pensado en el tema social, no se están creando políticas para atender esta necesidad que está a la vista, tanto para empresarios pequeños, como a trabajadores de diferentes sectores e incluso a los que lo hacen por cuenta propia y están por vivir una auténtica crisis. 

No hay que olvidar que cuando se dio la recesión mundial de 2008-2009, nos llegó un coletazo y nuestra economía sufrió –aunque menos que muchos otros países–.  Ahora, me temo que viviremos otro período de recesión mundial.  Eso quiere decir que a los efectos internos, tendremos que sumar los que nos lleguen de todas partes del mundo. Si con un crecimiento de la economía medianamente bueno hemos sido incapaces de atender las necesidades sociales –pobreza, mala educación y salud, desnutrición infantil crónica, etc.–, ¿qué sucederá con un crecimiento que difícilmente llegue al 3% este año?  El Gobierno ha respondido a la primera etapa, pero ¡ojo!, vienen las etapas más difíciles y hace falta mucho por hacer.

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