La medallista olímpica de Venezuela que recupera la fe tras caer en desgracia

«Me maté», pensó la medallista olímpica venezolana Stefany Hernández. Un duro golpe en la cabeza en una competencia de bicicross estuvo a punto de llevarla a un prematuro retiro y dos años después, tras múltiples altibajos, lucha por Tokio-2020.

Hernández buscará su cupo olímpico en el Campeonato Mundial de BMX, en Houston, del 26 al 31 de mayo. No baja la guardia en medio de la suspensión de eventos deportivos por la pandemia del nuevo coronavirus: «Pisamos en terreno desconocido, pero sigo mi puesta a punto».

Siente que puede volver a la élite. «Estoy en mi mejor estado físico, mental, emocional, espiritual… Todos los ‘check’ los tengo», contó a la AFP esta deportista de 28 años, quien se colgó una presea de bronce en Rio de Janeiro-2016.

Campeona mundial en 2015, Hernández lanza un desafío a la reina de la prueba de velocidad femenina del BMX en Juegos Olímpicos, ganadora del oro en Londres-2012 y Rio-2016, la colombiana Mariana Pajón.

«Esa pista está para mí. Tiene largas rectas para imprimir velocidad y yo sé que soy la más rápida (…). ¡Eso es mío! Si entro a Tokio-2020, gano», avizoró.

«Me estaba volviendo loca»

Hasta el 12 de mayo de 2018 todo parecía salirle bien a la extrovertida ciclista nacida en Puerto Ordaz (sur de Venezuela), con la palabra «gratitud» tatuada en un brazo.

Chocó con una compañera en una parada de Copa del Mundo de la Unión Ciclista Internacional, en Bélgica; perdió el balance y su casco se soltó. Su cabeza pegó, con fuerza, contra el suelo.

«Vi la muerte. Me dije: ‘Me maté'», cuenta.

Tras el susto, más allá de magulladuras, creyó salir ilesa, pero hubo secuelas: migrañas, problemas de equilibrio, violentos cambios de carácter… y depresión.

Reapareció en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Barranquilla-2018, descalificada por sacar de la pista a una rival. «Tenía reacciones locas, agresivas (…). Me dí cuenta (de qué pasaba) cuando un día me caí, me senté y me dieron ganas de vomitar; caminaba y perdía el equilibrio», recuerda.

Fue a una clínica especializada en Zurich, ciudad en la que vivió ocho años para trabajar en el Centro Mundial de Ciclismo. Le diagnosticaron una conmoción. 

«Me estaba volviendo loca. De repente, tenía ganas de morirme. Me daban depresiones terribles. ¡Pum!», rememora.

Se sumaban problemas económicos. Las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela bloquearon fondos estatales para su preparación. «Me dijeron en el banco: ‘No podemos aceptar nada relacionado con el gobierno venezolano’ (…). Viví tres años en Suiza, 2017, 2018 y 2019, de mis ahorros», lamenta.

Sin poder pagarle a quien la guió hacia la medalla olímpica, el francés Thomas Allier, cambió de entrenador.

Su rehabilitación en el Swiss Concussion Center, que usualmente atiende a jugadores de deportes de alto impacto como rugby o hockey sobre hielo, al fin trajo buenas noticias: «Me hicieron los test y me dijeron que era la persona con los reflejos más rápidos que había pasado por la clínica».

Recaída

Recuperada, le llegó un wild card para los Juegos Panamericanos de Lima-2019. «Basta. Sal del hueco», se propuso.

Y subió al podio con bronce.

Sin embargo, dos meses después, ocurrió otro accidente: «Me caí feo, me golpeé otra vez la cabeza y el hombro (derecho) me quedó guindando. ‘¡No, Dios, no puede ser!'».

Examinada en Suiza le detectaron «una masa pequeñita». «Me meto en el carro y pongo (en el teléfono): ‘pequeña masa en el cerebro’… Nunca hagan eso. ¡Maldito Google! ‘Cáncer en el cerebro’, ‘quistes en el cerebro’ (…). Me quebré».

Para colmo, rompió con su esposa, Marina.

Vuelta a casa

Trabajaba entonces en Mánchester bajo la tutela de la inglesa Shanaze Reade, competidora de BMX que fue su «héroe». 

Dejó todo. 

«Si yo mañana me muero, ¿cómo es la vida que yo quiero? (…) Volví a Venezuela (…), llegué a finales de noviembre (de 2019) deprimida, divorciada, con 72 kilos y 0,0 en mis cuentas bancarias», agregó.

Olvidó «la pequeña masa» que la atormentaba tras diagnósticos positivos, perdió seis kilos con entrenamiento y retomó, con renovado apoyo económico de autoridades deportivas, su trabajo con Allier.

Ahora sonríe al oír su ‘ringtone’ de rugidos de Chewbacca, icónico personaje de Star Wars, y se apoya en sus aficiones: la escritura y la pintura.

Siente paz cuando en la casa donde vive, entre recuerdos y sus medallas, sube al techo para contemplar El Ávila, imponente montaña que rodea Caracas.

Y antes de viajar a Houston, hace dos semanas, era optimista. «Como no me gusta depender de los resultados de los demás, ¡gano el campeonato mundial y listo!», dice enfocada en cerrar su plaza en Tokio-2020.

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