Seguidores del gobernante Frente Sandinista de Nicaragua profanaron este martes con insultos, robos y agresiones la misa de cuerpo presente en honor al fallecido poeta y sacerdote revolucionario Ernesto Cardenal en la Catedral de Managua, denunciaron los asistentes.
Las agresiones comenzaron cuando hablaba el obispo Rolando Álvarez y se intensificaron al concluir la ceremonia. Al menos un joven opositor y cuatro periodistas recibieron golpes, y a algunos de los comunicadores les sustrajeron sus equipos.
«Me robaron todo, fue algo espantoso. Me gritaron todo tipo de vulgaridades», relató Leonor Álvarez, periodista del diario La Prensa.
«Me dieron (golpearon) en las piernas, en la cara, pero no tengo nada grave. Se robaron la cámara de video y el micrófono inalámbrico», acusó por su parte Arnaldo Arita, camarógrafo de un medio internacional.
La poeta Gioconda Belli, quien era muy cercana al cardenal, dijo a la AFP que lo sucedido fue «muy triste y una señal de irrespeto absoluto al poeta».
Los partidarios del gobierno ocuparon las bancas de la parte izquierda y los alrededores de la iglesia, desde donde gritaban consignas del gobierno e improperios a los familiares, amigos y opositores que asistieron a la ceremonia, que fue presidida por el nuncio Waldemar Stanislaw.
Esto «no sirve a la memoria de este gran hombre, por favor se los pido», suplicó sin éxito el nuncio en un intento por calmar los ánimos de los asistentes.
Cardenal murió el domingo pasado a los 95 años en un hospital de Managua debido a una falla cardíaca provocada por una descompensación generalizada.
El escritor se desempeñó como ministro de Cultura durante la revolución sandinista (1979-1990), que encabezó el actual presidente Daniel Ortega, pero luego se convirtió en su acérrimo crítico y lo acusó de «dictador» por aferrarse al poder después de su retorno al gobierno en 2007.
«Un abuso» –
«¡Golpistas, delincuentes, patria libre o morir, viva Sandino!», gritaron los partidarios sandinistas que portaban banderas y pañuelos del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN, izquierda), cuando la familia del poeta intentaba sacar su ataúd de la catedral tras finalizar la misa.
«Esta es Nicaragua en manos de una tiranía. Mandan a la pobre gente a hacer un papel ridículo. Profanaron la iglesia», dijo a la AFP el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, mientras intentaba abrirse paso entre la multitud y los gritos.
Policías que cuidaban las calles adyacentes no intervinieron en las trifulcas que se generaron al terminar la misa, en la que fanáticos del gobierno también persiguieron a periodistas de Artículo 66, un medio digital independiente.
En tanto, la escritora Belli fue asediada por periodistas de medios oficialistas al buscar con dificultad llegar a su vehículo en el estacionamiento de la Catedral.
Es «un abuso increíble del régimen que pretende ensuciar la memoria de Ernesto Cardenal, quien jamás hubiera aceptado este vulgareo», dijo el excomandante guerrillero y crítico del gobierno Luis Carrión.
«Siento mucha indignación por lo ocurrido hoy en Catedral de Managua en las exequias de Cardenal. Irrespeto total», reclamó desde el Vaticano el exobispo de Managua Silvio Báez en su cuenta de Twitter.
Cardenal, considerado como una de las más grandes figuras de la literatura latinoamericana, recibió por su obra el Premio Reina Sofia 2012 y el Premio Pablo Neruda 2009. Gran parte de su obra, como «Hora Cero», «Oración por Marilyn Monroe y otros poemas» y «La Revolución perdida», fue traducida a más de 20 idiomas.
Su imagen dio vuelta al mundo en 1983 cuando, en su primera visita a Nicaragua, el fallecido papa Juan Pablo II lo amonestó en público por trabajar con el gobierno revolucionario y le impuso una «suspensión a divinis», que le prohibía ejercer el sacerdocio.
Durante la misa, el nuncio Stanislaw recordó la visita que le hizo a Cardenal hace un año al hospital, para informarle de la decisión del actual papa Francisco de revocar la suspensión.
El obispo Álvarez, quien dirigió la homilía, rememoró por su parte la decisión de Cardenal de entregarse a una vida religiosa «sin apego», tras su ingreso a la orden trapense en 1956.