Enfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy
Es un cuento de nunca acabar.
El 25 de abril llegamos casi en familia a la Plaza de la Constitución. No podía creer la fuerza de aquella convocatoria que habían lanzado por las redes sociales. Personas de todas las edades y condiciones sociales caminaban por las calles del centro de la ciudad en dirección a La Plaza, y lo hacían mostrando alegría y optimismo.
Como periodista me ha tocado cubrir manifestaciones —para informar— desde la década de los setenta en el siglo XX. Casi todas terminaron en violencia y cuando se trataba de movimientos ciudadanos no fueron tan grandes y más bien se convirtieron en llamaradas de tuza, que pronto se apagaban.
Esta vez había algo que hacía diferente aquella manifestación. Alguien de la familia preguntó si llevaba al hijo pequeño, y el periodista, viejo y desconfiado por aquel pasado, dijo pronto: No, porque puede haber relajo. Los jóvenes no hacen caso tan fácilmente, el pequeño caminaba de la mano de su mamá.
Las noticias de los últimos meses y años eran patéticas. Describían un enriquecimiento acelerado de los gobernantes, principalmente la vicepresidenta Roxana Baldetti, quien además se hacía más famosa por las frases pendejas que utilizaba, algunas veces por pura tontería, y otras para hacerse la simpática, cosa que no lograba nunca:
—No he robado ni un centavo… lo juro por la vida de mi madre, que está muerta.
—Yo me siento mamá postiza de 14 millones de guatemaltecos.
—Para los que no conocen, el Hospital Federico Mora es rebonito. —Después de que la BBC presentara un dramático video del pésimo estado en que se encuentra—.
—¿Está fisiquín o no está fisiquín? —En la presentación de Alejandro Sinibaldi como candidato presidencial del PP—.
Ella ayudaba a subir la indignación de la gente con solo hablar o aparecer en público, pero aquella tarde el malestar era por la corrupción galopante y el control de la clase política sobre las instituciones del sector justicia para mantener la impunidad. Los diputados no trabajaban, aprobaban leyes a cambio de dinero, y la gran mayoría se enriquecía por su cargo en el Congreso por todos los medios, sin excluir, ¡por supuesto!, el chorro de plazas fantasmas como sobresueldo.
La Plaza se llenó.
Algunas veces se habían congregado multitudes similares, pero con acarreados, no por voluntad propia. Era una escena extraordinaria. Se contagiaba el entusiasmo. El pueblo parecía estar despertando de un largo letargo.
#Renuncia Ya se convirtió en un anhelo y pronto en una exigencia, que finalmente se concretó. Pero había más mensajes claros y algunos implícitos: ¡Fuera los funcionarios corruptos! ¡Basta ya del abuso de los políticos! ¡Justicia! ¡Queremos un país diferente!
No hubo líderes ni consignas ideológicas. Tal vez por eso permaneció tanto tiempo y cobró una fuerza que alcanzó niveles místicos. No hubo disparos, pero si aquellos mensajes de un cambio deseado. Hoy, me parece que aquel deseo sigue sin llegar como anhelo, pero también añoranza, porque las elecciones nos dejaron más de lo mismo.
La Plaza está vacía, pero podemos cerrar los ojos y ver aquellas multitudes. Mujeres, hombres, niños, ancianos, pobres, clase media y clase alta, todos cantando el Himno Nacional con los pelos erizados. El sentimiento está vivo. Fue fuerte porque fue de todos, pero con el tiempo se puede ver que es una lástima que no surgieron líderes para llevar aquella llama que brotaba a otro nivel.
En las urnas se castigó a Manuel Baldizón y al partido Líder, en representación de aquella clase política repudiada, pero el sistema les ha permitido reagruparse y se pretende seguir baboseando al pueblo con reformas a la Ley Electoral y algunos cambios cosméticos al Congreso. Sin embargo, los tránsfugas son más, los corruptos siguen, el cambio no se ha dado.
En el Ejecutivo están repite y repite las mismas frases y actitudes de gobiernos anteriores. No se ve nada muy diferente, al menos hasta ahora. En el sector justicia parece que, por miedo de muchos y dignidad de unos pocos quijotes, la cosa está cambiando. Eso es importante, porque sin justicia no puede haber cambio.
Ahora que vivimos en el país de las moralejas, nos tiene que quedar alguna para los diputados que siguen con el uso y abuso de sus cargos —y que la tomen otros funcionarios de Estado—: Si no aprenden, si no escuchan el sentir ciudadano, les puede ir tan mal como a Otto Pérez y Roxana Baldetti. El cansancio de los pueblos provoca levantamientos. No se sabe cuándo, no se conoce cuál será el detonante, pero el momento puede llegar por la indignación que produce ver que no quieren cambiar. Alguien podrá gritar ¡o cambian, o los cambiamos! Puede ser… puede ser.
Se les ha dicho de todo, y ya una vez hubo una depuración del Congreso. Si los diputados no quieren escuchar ni entender o aprender, es justo que se les presione a fondo para cambiar… o cambiarlos.