Atrapadas en una «telaraña», sufren un «lavado de cerebro» digno de una «secta». Si muchas mujeres permanecen tanto tiempo con su compañero violento, a menudo es porque él las colocó bajo su control psicológico hasta abolir gradualmente la capacidad de decir «no».
Activistas, psicólogos, investigadores o víctimas describen el mismo proceso, el de una pareja donde el hombre toma el control de la vida de su pareja, hasta el punto de que ella no intentará huir una vez que la violencia física se instale en la vida cotidiana.
El inicio nunca es claro: «al principio, no nos damos cuenta», dice Morgane Seliman, quien sufrió golpes diarios de su compañero durante cuatro años y ahora se considera una «sobreviviente».
«La gente me dice ‘¡a la primera bofetada me habría ido!’ Pero cuando la primera bofetada ocurre, ya es demasiado tarde, el abuso ya está allí», dice la joven, quien en el apogeo de la violencia apenas se concentraba en «no morir esta noche».
Para la psiquiatra Marie-France Hirigoyen, autora de un libro sobre el tema, esta violencia psicológica comienza con comportamientos que pueden parecer «mínimos».
El hombre, por ejemplo, denigrará sistemáticamente a su compañera o negará el acceso a su cuenta bancaria, con el pretexto de que es «demasiado complicado para ella».
O comenzará a controlar cualquiera de sus acciones y gestos, pero la mujer se tranquiliza diciéndose a sí misma «si él me hace todas estas preguntas es porque me ama».
«Eres una cosa»
Sobre todo, el hombre manipulador aislará gradualmente a su compañera de sus relaciones.
«Dirá, por ejemplo, ‘tus padres hablan mal de mí, no quiero que vayas a verlos'», detalla Hirigoyen. Aislada, a la víctima no le queda nadie para construir un discurso crítico sobre lo que está viviendo.
Cuando ocurre la violencia física, el hombre también hará que su novia se sienta culpable, al persuadirla de que debe cambiar su comportamiento para que la violencia cese.
Seliman dice que tuvo que preparar huevos «perfectos» para su pareja, o de lo contrario habría una lluvia de golpes, que de cualquier forma llegarían.
El esposo y presunto asesino de Julie Douib, asesinada en marzo en Córcega, también era «muy duro, muy maníaco, todo tenía que ser perfecto», dice Lucien, el padre de la víctima.
«Le decía ‘eres una cosa mía’, y también le repetía ‘eres fea y no sirves para nada», recuerda.
Poner fin al abuso es extremadamente difícil, dicen los psicólogos. Debido a que el hombre ha «penetrado tanto en el territorio psíquico» de su víctima que «eliminó las huellas», y por eso ella «no puede decir que lo que vive no es normal», dice Hirigoyen.
Si se produce un ‘despertar’ la mujer quiere siempre recuperar su autonomía, y «es precisamente allí donde hay un gran peligro», dice la coronel de la gendarmería Karine Lejeune.
Cuando la mujer quiere «volver a ser sujeto y no solo un objeto para el agresor, muchas veces para él es simplemente impensable, y es a menudo lo que genera el paso al acto» del feminicidio, dice.
Fragilidad
Si muchas mujeres no huyen se debe en gran medida a este «miedo a las represalias», analiza el psiquiatra y criminólogo Roland Coutanceau.
Pero también porque «no es fácil alejarse de una relación que uno ha elegido». «Decir ‘mi esposo me golpea’ equivale a decir que ‘tomé una mala decisión'», dice.
Para este especialista, «no todo el mundo es manipulable de la misma manera, algunos tienen una sensibilidad particular, son más frágiles» ante este fenómeno.
«Es humano, no tenemos que sentirnos culpables por ser frágiles», insiste.
Pero «la prevención es posible», según el especialista, que aboga por «dar a nuestros hijos las herramientas para que no se dejen abusar por el otro».
En cuanto a aquellas mujeres que están a punto de caer bajo el abuso de su cónyuge, algunas señales deben hacerlas reaccionar.
«Tan pronto como haya insultos, una prohibición de salir, de vestirse como quieran, de que haya un control sobre la familia, sobre los amigos, es el comienzo de la violencia», insiste Françoise Brié, de la Federación Nacional francesa de Solidaridad de la Mujer (FNSF).
Brié agrega que «no son celos, ni amor, ni respeto. Por eso es necesario hablar, no quedarse en el aislamiento», agrega.
Con relación a una pareja violenta, a menudo «decimos que lo curaremos, que mejorará», analiza Seliman, para quien la prioridad de las mujeres debe siempre ser «salvar tu pellejo».