El futuro mercado de los taxis voladores podría representar más de 35,000 millones de dólares en 2035, pero dependerá del desarrollo de baterías eléctricas y tecnologías para vuelos no tripulados, según un estudio publicado el jueves.
En 2035, el mercado, que abarcaría entre 60 y 90 ciudades en el mundo, debería representar más de 35,000 millones de dólares y contaría con entre 40,000 y 60,000 vehículos voladores eléctricos de despegue vertical, estima la consultora Oliver Wyman, con sede en Nueva York.
«A partir de 2023, podrían abrirse las primeras rutas comerciales dentro de la ciudad (…), pero sin duda habrá que esperar hasta 2025 para que se establezcan verdaderos sistemas de transporte público y, a partir de 2030, la interurbana (hasta 400 km). Para entonces la tecnología de las baterías estará bien desarrollada y la autonomía permitirá masificar las operaciones», explica Guillaume Thibault, socio de la consultora.
Ya se han invertido 2,000 millones de dólares en el sector y se están desarrollando 170 prototipos, 80% de los cuales, según él, son iniciados por empresas emergentes.
Un primer prototipo del alemán Volocopter realizó un vuelo de prueba en el paseo marítimo de Singapur, el 22 de octubre. Los gigantes como Boeing, a través de su sucursal Aurora, y Airbus, con Vahana, también están estudiando el tema.
Actualmente, las baterías permiten un vuelo de 20-25 minutos a dos pasajeros, pero su capacidad aumenta un 3% anual. El desarrollo de la autonomía del vehículo y su capacidad para prescindir de un piloto permitirá una reducción del 30% al 40% de los costes por asiento, señalan los autores del estudio.
Pero este modo de transporte, probablemente reservado a ricos clientes, no pretende sustituir al transporte público y sólo debería representar un 1 % de los desplazamientos en 2030.
Además, todavía no existe un sistema de gestión del tráfico aéreo de baja altitud. Según los autores, el mercado se situará esencialmente en las megaciudades congestionadas de Asia (Cantón, Singapur) y de América (Los Ángeles, Sao Paulo).
«Lo más difícil no será la tecnología o la certificación (de los aparatos) sino la aceptación social» de volar en un taxi sin piloto, afirma Thibault.