PROVOCATIO – De pactos y fraudes: la génesis

José Alfredo Calderón

(Historiador, observador social y analista político)

Ayer se cumplieron 59 años de la gesta conocida como Levantamiento del 13 de Noviembre de 1960, el cual derivó en el MR-13, es decir el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre.  De origen y dinámica netamente militar, se convirtió –sin planificarlo– en el inicio “oficial”[1] del Conflicto Armado Interno en Guatemala que duró 36 años.  Ya en su oportunidad escribí dos artículos con los detalles de tal evento[2], pero hoy quiero llamar la atención sobre cómo, a lo largo de la historia, la continuidad militar no se pierde. Para el efecto, acudiré a sucesos previos al M-13, pero antes, debo mencionar el gran error cometido por los constituyentes de 1944 influenciados por la Junta Provisional de Gobierno, al generar dos poderes paralelos dentro del mismo ejército. Por un lado, el del ministro de la Defensa y por el otro, el del jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional, el cual es quien verdaderamente manda.[3] Al final, esta jugada militar quedó plasmada en la Constitución Política de la República de 1945. Esto es el origen de todo lo que vendría después. …

Una vez fortalecida la institución castrense en el primer gobierno de la Revolución, ya no volvió a soltar el poder, y salvo algunas concesiones durante unos años de precaria democracia, retoma buena parte del poder perdido en el gobierno de Oscar Berger, en la gestión de Otto Pérez Molina, precisamente con el que fuera el promotor del llamado desmantelamiento castrense, en su cargo como Comisionado Presidencial de Seguridad. Luego, este poder se consolida con el actual gobierno, pero falta lo peor, el gobierno entrante presenta la versión más tenebrosa. …

Tomemos la historia como recurso, ya que la misma nos permite recordar este continuum al que me refiero.  Después de la contrarrevolución de 1954, el país se debate en una cacería de brujas y la necesidad de poner “orden”, hace que la junta militar de gobierno convoque a un plebiscito para “nombrar” presidente, el 10 de octubre de 1954.  El voto tenía carácter obligatorio y público, es decir, a viva voz los votantes tenían que elegir entre dos opciones: ¿Quiere a Carlos Castillo Armas como presidente, sí o no?  Por supuesto que el terror de la época le dio una apabullante “victoria” del 99.92%, 425,699 votos contra 400 valientes ciudadanos, los cuales, sufrieron todo tipo de vejámenes. No está demás indicar que el escrutinio fue secreto.

Los vaivenes de la política tropical provocaron un hecho que generó ajustes en la partitura original de los militares. El 26 de julio de 1957 fue asesinado el presidente en funciones, Carlos Castillo Armas.  Posteriormente, se convoca a elecciones generales el 20 de octubre de 1957, los primeros comicios post contrarrevolución que serían –oh inocencia–, de carácter verdaderamente democrático después del bochornoso plebiscito.  El designado (que no electo) resulta ser Miguel Ortiz Passarelli con una coalición de partidos de extrema derecha (PRDN, PDN, PLN, PLAG, ANDE, FAN); los otros “contrincantes” también eran ultra conservadores, y aunque pareciera que no importaba mucho quien ganara, las huestes liberacionistas no iban a permitir que su candidato, el coronel José Luis Cruz Salazar perdiera (obtuvo el 2º. lugar).  El tercer lugar, con una diferencia muy apretada, fue para Mario Méndez Montenegro, hermano de quien sería presidente en 1966-1970.[4]

Cabe destacar que la Democracia Cristiana (fundada el 24 de agosto de 1955) formó coalición con los partidos del candidato de la “liberación” (MDN, PUA, PL, PR, DCG). Lo menciono porque durante muchos años se sostuvo la idea de que la DCG era de izquierda, a pesar de que en todo el mundo siempre ha sido de derecha y Guatemala no era la excepción. El carácter ultramontano del país hacía ver toda expresión progresista (aunque fuera de derecha) como algo cercano al comunismo.

Abundo en algunos detalles de las elecciones de 1957, porque constituye el primer fraude post contrarrevolución que fue reconocido por los mismos grupos de derecha y todos los sectores del país.  Tan solo tres días más tarde (23-10-1957), las elecciones fueron anuladas y se convoca a nuevas el domingo 19 de enero de 1958, siendo electo el general Miguel Ydígoras Fuentes para el período 1958-1963[5]. Como usted ya sabe, amable lector/a, durante la larga dictadura militar, la elección decisiva se daba en segunda instancia en el Congreso de la República, quien declaraba al ganador, entre los dos primeros lugares de la elección “popular”.

Hay dos particularidades valiosas de comentar.  El slogan de la campaña Ydigorista era “Borrón y cuenta nueva”, el cual aludía a una poco conocida “amnistía” ofrecida a los liberacionistas y todos aquellos personajes y grupos con cuentas pendientes por cualquier ilícito cometido durante la furia anticomunista depredadora. La otra particularidad se refiere al carácter histriónico del general, quien usaba frases y acciones de impacto, las cuales rayaban en el ridículo, pero llamaban mucho la atención.  Resalto aquí la “manifestación de las bicicletas”, una singular acción en la que los correligionarios del presidente protestante ante el fraude, daban vueltas en el Parque Central (ahora Plaza de la Constitución) montados en estos vehículos.

Ydígoras es declarado vencedor por los diputados el 12 de febrero de 1958, tomando posesión el 2 de marzo del mismo año.  El Pacto Borrón y Cuenta Nueva (llamado así en alusión al slogan ya referido) se efectúa el 27 de enero de 1958.  Dicho “convenio” garantizaba que el gobernante electo sería confirmado por el Congreso  y que, a cambio, no haría reformas profundas, ni perseguiría a los liberacionistas y aliados.  Pero el alto mando militar y las élites guatemaltecas tenían que blindarse, por lo que cuatro días después, el 31 de enero de 1958, se acuerda lo que se llamó: El Entendimiento Secreto, el cual profundizaba en los temas del otro pacto y garantizaba, entre otras cosas, la persecución a los comunistas y el nombramiento de algunos ministros liberacionistas en el gabinete. Así mismo, los militares tendrían el papel protagónico en todas aquellas decisiones importantes. Esta situación se perfeccionó posteriormente con el llamado “Concordato”, el vergonzoso “acuerdo” entre el alto mando del Ejército y el binomio ganador en las elecciones de 1966 : Julio César Méndez Montenegro y Clemente Marroquín Rojas (quien lo denunció ya en funciones); así como el secretario general del Partido Revolucionario, Carlos Sagastume Pérez, quien después lo negó cuando Enrique Peralta Azurdia lo confirmó públicamente en 1973, siendo precandidato presidencial para las elecciones de 1974.

Al final, lo que quiero demostrar valiéndome de los fríos hechos documentados y el hilo histórico del país, son tres cosas:

  1. El origen del desmedido poder castrense surge con el primer gobierno de la Revolución (oh paradoja) se consolida con la contrarrevolución y se perfecciona con los gobiernos militares posteriores. Su alianza con las élites y la llamada “clase política” genera un poder omnímodo.
  2. La existencia de pactos y acuerdos secretos es de larga data, pero en el caso guatemalteco, los más trascendentales tienen que ver con la institución armada y siempre han servido para limitar el poder civil. 
  3. La estructura económica que beneficia a las élites se ha mantenido hasta la actualidad.  Los tímidos cambios políticos nunca la afectarán y tampoco modificarán –estructuralmente– el sistema electoral que genera una precaria democracia que la mayoría “compra” como verdadera.

[1] Todas las fuentes fijan el inicio de la guerra interna de Guatemala a partir de este evento.

[2] Jueves 9 y 16 de noviembre de 2017 en la Revista Crónica, versión digital.

[3] Para ver más detalles pueden revisar: “La herencia paradójica de la Revolución de Octubre” Revista Crónica impresa del mes de mayo de 2017.

[4] Los porcentajes al final fueron 40.80% para Ortiz Passarelli, 29.58% para Cruz Salazar y 28.37% para Mario Méndez del Partido Revolucionario, el cual, pese a su nombre, también era una organización política de derecha. 

[5] La urgencia del golpe de Estado del 31 de marzo de 1963 se debió a la inminencia de las nuevas elecciones y la virtual victoria del recién llegado al país, el Dr. Juan José Arévalo, quien llega el 28 de marzo, brinda conferencia de prensa el 29 del mismo mes y el golpe se gesta el 30 e la noche.