Enfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy
Hugo Chávez, un ex militar golpista, llega a la presidencia de Venezuela en el ocaso del siglo XX (febrero de 1999) y con él principia a escribirse un prolongado capítulo de la historia política de Latinoamérica –con más sombras que luces– que aún no termina y seguramente será fuente de debate, discusión y hasta de investigaciones sociopolíticas en el futuro inmediato.
En los años siguientes, la región comienza a girar hacia la izquierda en elecciones democráticas. En Argentina gana la presidencia Ernesto Kirchner (2003); en Bolivia, Evo Morales (2006), y Rafael Correa (2007), en Ecuador. Todos se dicen democráticos, pero coinciden en prácticas comunes que poco tienen que ver con un sistema auténticamente democrático: promueven el continuismo, y para controlar a la población, golpean, limitan y casi extinguen la libertad de prensa, con un estricto control y/o concentración de medios. Por cierto, esta ha sido también una estrategia de las dictaduras de derecha.
Este estilo de gobernar, sumado a un fuerte populismo que confronta clases sociales, permitió la creación del Eje del Sur, que a partir de 2007 –más o menos– empezó a identificarse con el socialismo del siglo XXI. Cabe destacar que otros gobiernos de corte socialista, como los de Michelle Bachelet (Chile) y José Pepe Mujica (Uruguay), no se sumaron a la corriente liderada por Chávez.
El Eje se fortaleció. Chávez, Correa, Morales y Fernández de Kirchner aprendieron a retorcer constituciones y leyes para lograr reelecciones. En aquel entonces, Venezuela tenía poder económico por su petróleo –el precio del barril estaba muy alto– y promueve un virtual cambio del mapa estratégico de la región, con nuevos organismos internacionales, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), y el aumento de su influencia en la Comunidad del Caribe (Caricom) y en el Cono Sur por medio de Unasur y Mercosur.
La voz del Eje llegó a ser fuerte y hasta determinante en la región, pero ahora parece que su momento de gloria y poder empieza a decrecer.
Primero fue la muerte de su líder natural, Hugo Chávez, quien, por supuesto, ha repercutido más en Venezuela que en el resto de países. Su sucesor, Nicolás Maduro, no alcanzó la talla de aquel, y a la caída de los precios del petróleo hay que sumar las políticas económicas erráticas que están provocando un desgaste acelerado del chavismo. Hoy en día, las encuestas apuntan a que 72 por ciento de los venezolanos quisiera que se diera un referéndum revocatorio.
Un pueblo sin acceso a la información está condenado a la manipulación de gobernantes y políticos.
El kirchernismo de Néstor y Cristina sobrevivió 12 años, pero finalmente Mauricio Macri pudo derrotarlo en las urnas, no con gran margen, pero suficiente para que se diera el cambio. El péndulo parece estar caminando nuevamente en la región. En Bolivia, aunque con un margen muy estrecho, Evo no logró que el pueblo le otorgara la posibilidad de un mandato más y su salida está prevista para 2020, aunque, conociendo al presidente boliviano, intentará alguna jugarreta para conseguir un nuevo mandato. Pero por primera vez perdió en las urnas. El desgaste manda.
En Venezuela es cuestión de tiempo, en Bolivia, también. En Ecuador, Correa aspira ahora a convertirse en el símbolo de este debilitado Eje, y acelera su estrategia de control de la información. La corrupción de su administración es un tema que no puede estar en la prensa, y prácticamente ha terminado con los medios independientes: a golpes y acoso judicial, o comprada por amigos, como ha sucedido con el diario más importante, El Comercio.
El Eje del Sur se ha debilitado, pero se niega a morir. Uno de los efectos de sus estrategias populistas, como ya lo hemos señalado, es el control de la información. Así, al estilo de la Alemania nazi, con desinformación, han logrado engañar a sus pueblos. La comunidad internacional ha permitido que se limite y hasta borre la libertad de expresión y, controlando la información, han fomentado una división social en países marcados por las diferencias entre ricos y pobres.
El socialismo que respeta principios democráticos y aplica medidas económicas acertadas puede dar buenos resultados, como se ha visto en naciones de Europa y en la propia Sudamérica –los ejemplos de Chile y Uruguay–. Cuando se recurre al autoritarismo –rozando en el totalitarismo–, controlan los tres poderes del Estado, se manipulan las instituciones y no se permite la libertad de expresión y de prensa, el resultado es países divididos y erosión de la democracia.
Por cargos que ocupé en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) me tocó visitar todas las naciones de la región, entre ellas, especialmente, las del Eje del Sur. Comprobé que el afán de poder de los Kirchner, como el de Chávez, Correa y Evo, borró la institucionalidad para concentrar en ellos el poder. Cada uno, a su manera, buscó fórmulas, sabiendo que un pueblo sin información no puede exigir sus derechos, y logró el control mediático.
En Venezuela y Ecuador casi no hay prensa independiente, mientras que en Bolivia y Argentina –en su momento– se debilitó mucho. La recuperación de la democracia no será sencilla por esa razón, pero no me cabe duda de que llegará en su momento, como ya sucedió en Argentina. El efecto dominó está en marcha.