Era una madrugada fría. A las 3:03:43 mi reloj de mesa se detuvo. Un ruido extraño y aterrorizador antecedió al temblor que sacudió hasta los cimientos de la casa. Las paredes se derrumbaron sobre nosotros, sin permitir siquiera que pudiera rescatar a mi esposa y dos hijos. En pocos segundos mi vida cambió, cambió mi familia, cambió mi país. (Relato de un sobreviviente de aquella noche trágica).
Redacción Cultura-Crónica/Reporte histórico
Era una Guatemala muy diferente a la de hoy. En febrero de 1976, el país vivía la segunda década de un conflicto armado interno, el gobierno era militar y el presidente un general: Kell Eugenio Laugerud García.
La economía del país era estable, un quetzal valía lo mismo que un dólar, se pagaban cinco centavos por el pasaje de bus urbano, y una gaseosa costaba apenas seis centavos. Pero la pobreza en el interior era igual o peor que la que hoy vemos y si bien en la ciudad las construcciones parecían más sólidas, en el área urbana todo se construía con adobe y bajareque.
Los medios de comunicación eran también muy distintos. La inmediatez no era su cualidad mayor, y casi todas las noticias llegaban por la radio y la prensa escrita únicamente. Había ferrocarril, pero las comunicaciones con el interior eran lentas y poco confiables,
La vida en la ciudad era bastante apacible y en la economía y finanzas no se conocía la globalización. Desde entonces, Guatemala era un país dependiente de la agricultura, ya entonces con grandes contrastes sociales.
Tiembla la tierra, muere la gente
En ese entorno nacional, el país dormía más temprano de lo que lo hace ahora. Por ser un día entre semana, las calles de la ciudad estaba prácticamente despejadas desde las 10:00 PM. Fue a las 3:00 horas que llegó el sobresalto con un ruido mas aterrador que ensordecedor, y el movimiento telúrico le siguió. De inmediato se supo que era un terremoto desproporcionado, más fuerte de lo que este país acostumbra. Tuvo una duración de 39 segundos –que se sintieron como una eternidad–.
El sismo se sintió en México, El Salvador, Belice y Honduras, así de fuerte fue la sacudida provocada por el choque de las placas de Norteamérica y la del Caribe.
La luz no llegó más, en todas las calles se veía rostros descompuestos. En algunas zonas, cuadras enteras de casas construidas con adobe cayeron. La telefonía colapsó y las familias no se podía comunicar. Aun así, se ignoraba que la tragedia era a nivel nacional y la catástrofe humana, tan grande como los daños materiales y de infraestructura.
Nadie lo sabía en ese momento, pero una ruptura visible de tierra de 230 kilómetros había quedado a lo largo de la falla del Motagua, paralela casi al río del mismo nombre.
Los daños partían de Izabal, hasta Chimaltenango, pasando por la capital.
Guatemala tiene 108 mil km/2, y se estima que una tercera parte de eso –más de 30 mil km/2– sufrieron por los estragos de aquella fuerza natural, que alcanzó los 7.5 grados.
Con el amanecer, las noticias principian a llegar y compartirse. Hay pueblos enteros en el interior que han desaparecido completamente. Los hospitales han colapsado en sus emergencias y capacidad de atención a heridos y los cuerpos de socorro no se alcanzan para atender las emergencias.
Empiezan a verse improvisados albergues y la ayuda entre familiares, amigos y sociedad en general, se aprecia y valora.
En aquel momento la dimensión de la tragedia aún era desconocida para la mayoría, pero los fallecidos superaban los 20 mil –finalmente fueron más de 23 mil–, 258 mil casas estaban destruidas, 76 mil personal –al menos– necesitaron atención médica. Los damnificados eran más de un millón de habitantes. Algunas estimaciones aseguran que la infraestructura del país sufrió hasta un 40% de daños.
Herida, pero no de muerte
A los gobiernos militares se les puede criticar por muchas razones –principalmente por las violaciones a los derechos humanos–, pero no cabe duda que la figura del general Laugerud se rescata en la historia por la actitud que asumió y la labor de reconstrucción que emprendió.
Al día siguiente del terremoto se dirigió a la Nación, y en un emotivo mensaje dijo una frase que se replicó bastante: Guatemala está herida, pero no de muerte e inmediatamente hizo un llamado a la población y la comunidad internacional para que se pusieran en acción para reconstruir al país.
La respuesta nacional e internacional–, fue impresionante. Los guatemaltecos respondieron con solidaridad, y el voluntariado para trabajar en operaciones de rescate y descombrar, así como en atención de albergues resultó impresionante.
El flujo de ayuda humanitaria fluyó de todo el mundo, y el país volvió a ponerse en pié a pesar de aquella tragedia. Pueblos enteros, como Comalapa, en Chimaltenango, resurgieron por aquella ayuda.
Los departamentos más afectados fueron: Izabal, Chiquimula, El Progreso, Guatemala, Sacatepéquez, Chimaltenango, Sololá y Huehuetenango.
Hubo daños en vidas, en viviendas y edificios, infraestructura y patrimonio cultural .
Es la noche más triste de la historia nacional. Es el momento que más vidas de guatemaltecas ha cobrado.
Fue la noche en que el país se partió… y el momento que demostró la fuerza de los guatemaltecos para levantarse.