Enrico Costa, miembro de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia en Brasil.
La situación de Brasil durante el 2016, con el desarrollo del proceso de impeachment, tendrá la conclusión inevitable de los vientos de cambio presentados en las elecciones de 2014. Sentimientos que muestran el creciente rechazo del Partido de los Trabajadores, de Dilma y de Lula, y de la política tradicional, aunque esta última parezca ser la que más se fortaleció en las elecciones y en las calles.
El gobierno de Dilma no había comenzado antes de la designación del nuevo ministro de Finanzas, Nelson Barbosa. El año pasado y sujeto a la aprobación del mercado y con la población pidiendo cambios en los rumbos económicos, el ex-ministro, Joaquim Levy, intentó aprobar recortes de gastos por parte del gobierno federal. Con poco éxito y sin movilización a partir de la cumbre de gobierno, el ajuste fiscal se basó en un aumento de impuestos, incluyendo la idea del regreso de un viejo conocido – el impuesto CPMF (Impuesto sobre las Transacciones Bancarias) -que trajo protestas y un fuerte movimiento entre los legisladores para que el proyecto de regreso sea rechazado.
Actualmente, existen dos millones y medio de puestos de trabajo que han sido destruidos desde el comienzo de la recesión brasileña en el segundo trimestre de 2014 hasta el final de 2015 y, las previsiones para 2016, no son tranquilizadoras: la Organización Internacional del Trabajo espera que el país tenga el mayor salto en la cantidad de desempleados entre las principales economías y tiene la predicción de otros 700.000 despidos en todo el año. En otras palabras, vamos a representar a uno de cada tres despidos del planeta en el período.
Con tantos aumentos de impuestos, recortes de los programas sociales (como las becas para estudiantes patrocinadas por el gobierno) y huelgas universitarias, unas dos millones de personas estuvieron en las calles en cuatro grandes manifestaciones en 2015 para protestar contra la presidente Dilma y la corrupción -se han dirigido también a los ministros de la Suprema Corte, a el ex presidente Lula y a Gobernadores-.
Los movimientos sociales ganaron espacio en los medios de comunicación y como representantes de la protesta popular. Sin embargo, liderados por los estudiantes universitarios, decidieron dividir la bandera del impeachment con los partidos políticos de oposición. Así, esa bandera popular, que podría haber creado una revolución contra la clase política actual y generar nuevos grupos de poder, de alguna manera pasó a estar también en las manos de la propia clase política.
Investigado por la Policía Federal en la Operación Lava Jato (que es responsable desde el 2014 de la prisión de un senador, ex ministros y del ex-tesorero del Partido de los Trabajadores), Eduardo Cunha, el presidente de la Cámara de Diputados y opositor declarado al gobierno, retardó el inicio del proceso del impeachment, utilizando ese capital político para prevenir los ataques del gobierno contra él mismo, pero, después de 42 solicitudes de impeachment (El Presidente Collor, antes de ser depuesto, sufrió 29 y Lula, que gobernó sin riesgo de caída, sufrió 34 pedidos) aceptó, el 2 de diciembre, la apertura del proceso político de impeachment.
En 2016, las personas tendrán pocas opciones con en el proceso de retirada. Y no solo de la presidenta, también del esquema corrupto introducido desde el gobierno de Lula, con corrupción sistemática de las empresas públicas a favor de la mantención del partido en el poder. Las decisiones se toman por los diputados que anuncian y rechazan la idea de impeachment, pero que pueden cambiar su posición después de escuchar a sus electores.
En la práctica, dos futuros están reservados para el país: la retirada del gobierno del PT (Partido de los Trabajadores), con la reorganización del PMDB (Partido de Movimiento Democrático Brasileño) en busca de un futuro mejor para el país -comandado por el actual vicepresidente, Michel Temer,- o el agravamiento de la crisis existente hasta el año 2018.
Las lecciones de 2015, sin embargo, se quedarán. La gente no puede permitirse el lujo de perder la oportunidad de revolucionar el curso de su historia o llegarán a ser cada vez más dependientes de las opciones pasadas.
Como Hayek decía: «Si en el largo plazo, somos los creadores de nuestro destino, de inmediato somos esclavos de las ideas que creamos. Sólo reconociendo el peligro a tiempo, podemos tener la esperanza de evitarlo”.