No existen estadísticas de la cantidad de personas que deambulan por las calles de la ciudad a la espera de una dádiva, del regalo de una moneda, y ello evidencia la poca importancia que el Estado presta a este problema social.
Sergio Del Águila
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Sin importar el día ni el clima se les ve en las esquinas de los semáforos o en las plazas con el rostro pintado haciendo malabares con naranjas o pequeñas pelotas, maniobrando antorchas o limpiando vidrios.
No tienen edad definida, porque en esta actividad de sobrevivencia participan niños, adolescentes y adultos. Una vez concluido el acto, con la mano extendida, apelan a la solidaridad de las personas y a la caridad.
Una ayuda, por favor, es una frase común en estas personas que son el rostro de la pobreza extrema, de la falta de empleo, desintegración familiar y de la ausencia de políticas de Estado –no existen estudios o diagnósticos– para ayudarlos a salir adelante.
Datos disponibles de la Procuraduría General de la Nación precisan que durante enero de 2016 fueron rescatadas 82 personas, 40 hombres y 42 mujeres, de las cuales 18 estaban con necesidad de abrigo, 19 sufriero abandono familiar y 18 por habían sido víctimas agresión física. La mayoría son jóvenes y adultos que oscilan entre los 12 y los 45 años.
“La gente ya no quiere ayudar”
Jorge García Carías, un joven de 20 años originario de Honduras, cuenta que prefiere vender figuras ornamentales elaboradas con latas de aluminio que su ingenio le permite crear en vez de andar robando y haciendo cosas malas. Hay que hacer algo porque la gente ya no muy quiere ayudar, manifiesta mientras señala el trabajo que realiza con las latas de aluminio.
Expresa que en su país la situación está más fea que en Guatemala, porque no hay mucho trabajo y por eso decidió venir probar suerte a tierras chapinas.
Cuando no vende nada siempre hay alguien que lo bendice a uno, dice con la mirada triste, pero tratando de alegrarse porque sus manos le permiten ganarse algo para hoy.